El buen futuro de una empresa no se garantiza, nunca, por su tamaño. Sucede lo mismo con un Estado. Su futuro se garantiza, por su buen dimensionamiento y su saber hacer. Los tiempos del imperio, con influencia mundial, y todos esos discursos, hechos por los directivos de unas cuantas corporaciones que operan en el extranjero, se terminaron en las Filipinas, aunque muchos españoles aún no se han enterado.

Que alguien analice lo que dicha influencia aporta al PIB y al bienestar de los ciudadanos españole de a pie y sacará sus propias conclusiones. No soy militante de ningún partido, pero me gustaría dar la opinión de un ciudadano cualquiera, al que lo único que le importa es que el Estado, cualquiera que sea su tamaño y nacionalidad, garantice las dos cuestiones que son fundamentales para que cualquier nación presuma de serlo: la sanidad gratuita universal y la educación basada en la igualdad de oportunidades, la libertad de conciencia y la meritocracia. De todo lo demás, incluída la cultura y las artes, se puede ocupar el mercado.

Estos eran los sueños de muchos españoles que en 1982 votaron al PSOE y le proporcionaron 10 millones de votos. Muchos confiaron en que los socialistas servirían de contrapeso a los poderes que existían en un país tan antiguo como éste, gente poderosa que quería perpetuar su estatus y, si es posible, hacerlo hasta el día del juicio final. Muchos de aquellos votantes del PSOE confiaban en que sus gobernantes y militantes, no actuaran conforme al dictado del peso demográfico de ciertas regiones, y no acabaran siendo tan jacobinos, ni tan liberales, como acabaron siendo.

Por eso han ido perdiendo tantos votos. No porque su líder se llame Pedro, Felipe o Mariana. Ha sido porque los líderes socialistas andaluces, asturianos, castellanos viejos, extremeños y los medios de comunicación, en general, han colaborado con la derecha de siempre en propagar la idea de que España se rompe si se aceptan los dos referendos de los que nadie quiere hablar. Los resultados de una política semejante, aunque nadie lo quiera reconocer, son los que se viven estos días.

España no se rompe. Sigue siendo un sueño de 17 Estados autónomos, con un pequeño Estado central, imparcial, lo menos pesado y que intervenga lo menos posible (un sueño que debería compartir cualquier verdadero liberal). 17 Estados federados a la manera de los tan admirados Estados Unidos de América, y con una capacidad de diálogo democrático como la que tienen los americanos, que no se dedican a fomentar las militancias partidocráticas, ni en promover competencias fraticidas entre los Estados, sino que se dedican a establecer sinergias que los hagan viables. Igual que hacen, los buenos líderes, los buenos equipos y las buenas empresas. Rafael Tomás Vidal.Valencia.