A todos nos ha llegado de un modo o de otro alguna campaña dirigida a los dueños de mascotas, animándoles a no abandonarlas durante el verano. También recibimos noticias, mucho menos frecuentes afortunadamente, de personas que encuentran bebés abandonados en plena calle. Es que los seres humanos somos así: cuando algo nos sobra, nos deshacemos de ello.

He tenido la oportunidad de ver recientemente la atrevida película El bebé jefazo. Plantea, en tono de humor, algo que sucede con frecuencia (conozco varios casos de cerca): ¿cómo aumentar mi familia? ¿con un niño o con un perro? He calificado de atrevida a esta película porque es probable que alguna madre o algún padre haya ido al cine con su hijo para verla y, al salir, la criatura le haya puesto en apuros, pidiéndolo un hermano más

Efectivamente, resulta más complicado, caro e impredecible lanzarse a tener un hijo. Es más sencillo hacerse con un perro y deshacerse de él cuando nos convenga, si es que no ha satisfecho nuestros deseos. Esto segundo no lo hacemos con un bebé; al menos, no es lo normal y quien diga lo contrario, debería visitar a un psiquiatra.

Los bebés son monísimos mientras son bebés; sí, hay que atenderles por la noche cuando lloran y también durante el día; hay que limpiarles cuando se hacen encima y un largo etcétera de tareas que lleva consigo criar bien un bebé. Pero una sonrisa, una mirada, unas cosquillas que se responden con una risa inocente colman de gozo a la mamá o al papá que ha trasnochado junto a la cuna. Sin embargo, los bebés crecen y ya no son tan monos; empiezan a usar su libertad y nos dan disgustos.

Un perrito es una delicia. Es juguetón, siempre está contento. Es el primero que sale a saludarnos cuando llegamos del trabajo cansados, siempre moviendo la cola. Hay que cuidarle, sí, pero mucho menos que al bebé, que necesita veinticuatro horas al día de atención.

¿Qué hacemos, entonces? El protagonista de la película -un niño de siete años- nos da una lección con su decisión final. No quiero contar cómo acaba la historia. Animo a verla y a dejarse convencer por la mayor fuerza de la naturaleza: el amor. José María Ferreira. València.