Están locos. Como un cencerro. Se van a Irún un jueves haciendo cientos de kilómetros en un bus que atraviesa media España mientras les azota algo cercano al diluvio universal. Otros incluso se van en coches nada más salir de trabajar. Sin comer. Solo les importa llegar y juntarse con el resto de locos. Crucifican una competición y acaban haciendo las paces con las bufandas al viento y cantando para expresar su locura.

Gritan. Gritan mucho. Y aun así se ganan el respeto de todos, que luego rinden pleitesía a su locura. No les importa que su equipo caiga goleado y no llene sus vitrinas. Ellos le esperan, le aplauden, le alientan y lloran. Vuelven a sus casas de madrugada y llegan justos para trabajar. Vesánicos. A ellos les da igual no ir cada domingo a ver un partido de Primera División. Ellos son felices con su humilde locura, contagiosa, reivindicativa y voraz.

Tienen poco que perder, pues ya se lo quitaron casi todo. Menos su locura. Libraron un pulso a vida o muerte con ella y la dejaron ganar. Son más felices así: viviendo entre sillas de plástico, latas vacías, kilómetros interminables, una voz que no se agota y un corazón no harto de lanzarse al vacío una y otra vez. Tienen fe, y nunca les han dado un motivo para tenerla. Han tenido que ver cómo se caía todo lo que habían edificado gota a gota y han decidido volver a levantarlo desde lo más bajo. Están locos.

Se llaman, se organizan, se mueven, se animan los unos a los otros. Un loco nunca deja solo a otro loco. Acuden a su rescate y exprimen al máximo la crisis para sacar de donde ya casi no hay nada para poder seguir alimentando su locura. Ponen huchas, se congregan allí y no se rinden. Su locura es su sentimiento y eso es lo primero. Bendita locura.

No duermen. Se pasan noches en vela haciendo cálculos, pensando nuevos ataques a la carretera, enseñándose lo que dicen y piensan otros locos como ellos. Algunos incluso salen a la calle de madrugada para recortar cartulinas y vestir su estadio para recibir a su equipo. Se pasan horas allí, trabajando por el único premio de sentir que están allí, que no se han ido. Y nunca lo harán. Porque han tenido tiempo para irse, mucho, pero ellos han decidido quedarse. Su locura es su forma de vida.

Hoy los locos están contentos. Alguno incluso duerme y se permite la licencia de soñar. Hoy se ven reflejados en su campo por otros locos que persiguen los mismos sueños que ellos. Y como son tan locos como persistentes, lo van a conseguir. Demuestran cada semana que merece la pena, que ellos son felices tal y como son. Están locos y son del Castellón.

Gracias.