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El cacique que se hizo a sí mismo

Jaime Casanova, el tío Jaume Naua, ha sido el último cacique de la Pobla Tornesa en época contemporánea, pues alcanzó un status que nadie hubiera imaginado en alguien de extracción familiar tan humilde. Por tanto, a diferencia de otros caciques de abolengo, podemos afirmar que él fue un cacique self-made. En esto nos recuerda a otro, el tío Pantorrilles, el pastor que siendo un muchacho aconsejó al general O'Donell sobre la mejor manera de acceder de Atzeneta a Llucena. Este golpe de audacia, una vez que los isabelinos ganaron la guerra contra Ramón Cabrera, le catapultó al liderazgo de la Unión Liberal en Castelló y a inaugurar la saga de los Fabra, los políticos más influyentes en todos los regímenes que ha conocido la provincia desde el siglo XIX hasta la actualidad. Pero ésta ya es otra historia.

Casanova nació en la Pobla en la última década del ochocientos, en el seno de una familia de labradores y en una fecha imprecisa, pues los archivos del pueblo se quemaron durante la guerra del 36. El joven pronto destacó del resto cambiando los trabajos del campo por los de la destilación del aguardiente. E igual que fue un adelantado con el manejo del alambique lo fue también con los números. Gracias al dominio de las cuatro reglas, la Lute, la compañía que electrificó la Pobla en los años veinte, lo contrató como llumener de la localidad. En la práctica, este oficio consistía en realizar la lectura correcta de los contadores, algo para lo que no estaba dotado todo el mundo. El caso es que Naua, gracias a que los medidores se hallaban detrás de las cancelas, gozó del privilegio de penetrar en las casas para efectuar los registros eléctricos. Y tanto fue el cántaro a la fuente... que la soltera Manueleta, hija del rico Felip, se encariñó del llumener y, tras un corto festeo, contrajeron matrimonio.

Un «golpe» de suerte

La segunda carambola que jugó a favor de la biografía del tío Jaume se corresponde con su credo político, el carlismo. Esta ideología minoritaria entre la gente de la derecha no parecía el campo donde nadie, con ambición de mando, pudiera acceder al poder. Con el advenimiento de la Segunda República, las formaciones llamadas a gobernar el municipio de la Pobla se polarizaron alrededor de los partidos de la izquierda o de la CEDA y Lerroux.

Con la victoria del Frente Popular, en la primavera de 1936, el clima se enrareció tanto que un conmilitón de Naua entró en la taberna, pistola en ristre, y amenazó a los izquierdistas.

Tras el golpe militar de julio, se produjo una escalada de violencia que tuvo como momento más crítico para el tío Jaume, la llegada a la Pobla de un grupo de revolucionarios de Castelló que subieron en su busca. Pero él hizo correr la voz de que había huido a Marsella cuando se hallaba escondido en el tiro de la chimenea de casa de su hermana Tàrsila, de donde ya no salió hasta que entraron los suyos.

A lo largo de estos dos años, Naua fue informado con detalle de cuanto sucedía en el pueblo gracias a dos vecinos que, haciéndose pasar por leales a la República, en realidad, ejercían de correveidiles a su servicio. El día que las tropas de Franco entraron en la Pobla todo el mundo permaneció oculto en el interior del Tossal de la Cova, hasta que el repique de un soldado fue marcando la salida de aquel escondite natural. También la del «topo» Naua que, desde ese momento, comenzó a dirigir la represión contra sus oponentes investido de poder por el nuevo régimen. Y es que, en virtud del Decreto de Unificación por el que la Falange, las JONS y la Comunión Tradicionalista se integraron en el partido único, y un boina roja como el tío Jaume se hizo con la Jefatura Local del Movimiento. Al fin, el alquimista de los licores, el llumener de la Lute, el yerno de Felip, se convirtió en «el quefe» por la gracia del Caudillo. El barón de la Pobla había fallecido en la guerra, la vara de alcalde recayó en Sentet l'Obré, uno que estaba a las órdenes de Naua, de modo que él, por su posición económica, como consorte de la tía Manueleta, y por su inopinado posicionamiento político, como requeté, se convirtió en cacique, el vértice de la pirámide, por lo que sus vecinos comenzaron a temerlo.

Sin embargo, más allá de algún acto desgraciado, en la Pobla, ninguno de los bandos había causado bajas al otro. En consecuencia, la represión de aquel vencedor pasivo había de limitarse a delitos de poca monta. Esta contrariedad irritó sobremanera al gobernador Andino que, ante la falta de expedientes, reclamó mayor contundencia al cacique: «¿Casanova, qué pasa en su municipio? ¡¿Es que en la Puebla Tornesa no hay rojos?!»

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