Nunca está de más recordar lo intempestiva de la convocatoria, en horario laboral y bien lejos del casco urbano. Tampoco afear la intransigencia del presidente, enrocándose disfrazado de víctima y expulsando de la asamblea a cuenta de supuestos insultos, él que justamente se arroga la representatividad del albinegrismo pero tiene que rebajar el suelo de los estatutos para hacer de un reducido grupo de amigos un consejo de administración, cuando no cuestiona a toda la ciudad por no acudir en masa a Castalia al tiempo que les sube los precios o les desprecia por minoritarios, y se enfrenta a las mismas instituciones a las que luego reclama subvenciones públicas para su negocio. Con todo, y con eso, por conocido es aceptado y ni siquiera representa lo sustancial de tan triste mañana.

La junta general de accionistas del CD Castellón debiera ser, como la de cualquier sociedad, la ocasión de informar a los socios de los avatares del ejercicio y los proyectos de futuro. No para satisfacer las maledicencias de los curiosos o la ¿malsana? hambruna de noticias de los periodistas. Pero sí para ubicarse en una realidad mercantil, sin paños calientes ni argucias de "todoacién".

Porque a nadie se le ocurre pedir un préstamo, ora a la familia ora al banco, a cuenta del décimo con el que piensa jugar en el siguiente sorteo, ya que en el anterior no ha sido agraciado, seguramente por culpa de alguna oscura confabulación. A nadie salvo a David Cruz, que vuelve a fiar su plan de pagos al ascenso y pretende que le aplaudamos. No se trata de una pomposa ingeniería financiera tan al uso, más bien es trampa. O presentar como un éxito extraordinario lo que en puridad sugiere normalidad societaria, esto es una quita en un concurso de acreedores, en cumplimiento de las más elementales y preceptivas normas económicas, para esconder arteramente la falta de recursos con que afrontar esa suspensión de pagos, que es como siempre se ha llamado hasta que el eufemismo y la jerga dulcificaron la liquidación por cierre.

Frente a ello no cabe encender el ventilador y responsabilizar a los demás. O se pone el dinero suficiente o se convoca una ampliación de capital para que otros lo hagan, a sabiendas de que te quedas fuera de la partida. Pero el perro del hortelano ni come ni deja comer. El presidente prolonga la agonía convencido que mañana vendrá alguien a salvar su culo y, a lo mejor, de paso, el Castellón. En el mejor de los casos, en el de la milagrosa aparición de un generoso inversor, siempre preferirá gastar su dinero en el lucimiento propio que en la mortaja de Cruz. Y éste parece que no quiere morirse solo.

Nada nuevo aportó pues la cita y nada esperábamos en ese sentido de quien ya ha demostrado a qué ha venido a este club. Sin embargo, y sin la solución económica que devenía prioritaria, también desperdició el presidente la oportunidad de mejorar su imagen y hasta generar empatía hacia su desconocido plan de viabilidad -lo de sobrevivir con lo que genera el día a día da más ganas de llorar que de reír-, de haber anunciado la ampliación de la demanda contra Castellnou, ítem más publicitar el informe del administrador concursal sobre si la gestión de estos resultó fortuita o punible, como ya le ha pedido el juez, o la rendición de cuentas, esto es dónde han ido a parar durante el tiempo en que tutelaba todos los pagos, el dinero ingresado por el patrocinio de Aerocas, los derechos de formación heredados o las extraordinarias taquillas de la liguilla pasada gracias a los «tacaños» que llenaron Castalia. Digo de saber cuánto ha cobrado, por ejemplo, el administrador Federico Castellano, el bufete de Cano Coloma o el mismo presidente, el trío que gobernó esa etapa predisolución.

No lo sabemos. Todavía hay quien sólo quiere saber contra quién jugamos el domingo. Y yo no miro ese calendario.