ada cual afronta sus momentos críticos según su leal saber y entender, si bien sería mejor hablar de intentar sujetar los miedos. Se trata de la manera como el entrenador del Villarreal, Marcelino, hundió su rostro entre las manos, de manera que lo que sabe del lanzamiento del penalti que significó el gol de la victoria de ayer en A Coruña lo debe al invento de la televisión, que los domingos por la tarde-noche repite los goles que se han marcado en la jornada. Daba penita contemplar a Marcelino, escondido tras sus manos tapándose la cara.

Y los cámaras de la tele, que son profesionales, vieron al entrenador asturiano cagadito ante la responsabilidad que se había marcado Bruno y lo enfocaron con descaro, porque esa era en ese instante la imagen del partido. Enseguida hubo otro enfoque, esta vez sobre Bruno que se acercaba a la bola para rematar la falta. El portero del Deportivo aguantó todo lo que pudo que fue mucho, Bruno aguantó todavía más, y su remate entró por el centro, con el portero ya vencido a un lado. Era el gol de la victoria, que se conseguía de penalti indiscutible, después de estar ganando la primera parte por un gol, marcado también por Bruno. Cuando una de las voces de los profesionales de apoyo a la transmisión no sabía ya que decir de Bruno, se arrancó diciendo que no entendía en absoluto por qué la presencia del artanenc ha sido tan escasa, para un futbolista que lo hace todo bien, la marca, el uno contra uno, el remate, el juego de cabeza, la lectura de los partidos, el gol y su inteligencia profesional. Dos goles de ayer que valen tres puntos, uno frente al Valencia en la jornada anterior que valen otros tres y otros de antes que ya forman parte de la historia de, tal vez, el jugador más decisivo en la historia del Villarreal.

El entrenador Marcelino es amante de las sorpresas, particularmente en lo que podríamos denominar su particular guinda para que los aficionados comiencen a analizar los partidos antes de que empiecen. La sorpresa de ayer fue la presencia de un lateral derecho en la banda izquierda, donde estuvo todo el tiempo. El gol del Coruña llegó por allí, como podía haber llegado por otro sitio, porque tras el descanso y con un gol de ventaja sobre el Dépor, llegó un ataque un par de minutos después de iniciado el segundo tiempo que los gallegos resolvieron favorablemente para sus intereses inmediatos y losa mediatos también, porque a partir del empate, el partido se volvió del color de los de casa, porque su gol, fruto como tantas veces de la falta de concentración amarilla en los primeros minutos o no tan primeros, desquició a los tripulantes del submarino que no consiguieron sacudirse de encima a los blanquiazules que parecían el doble que ellos en número, en velocidad, en imaginación; en todo, menos en volver a marcar. El Villarreal respondía como podía, siempre con nervios y así hasta que se llegó al último cuarto de hora, en que por méritos de los amarillos o por cansancio de los de casa el viento huracanado del Coruña amainó. Al bajón de los locales respondió el Villarreal tímidamente primero y con alguna alegría después, a lo que contribuyeron los cambios y cuando faltaba minuto y medio para que acabara aquello ya con el empate aceptado por todos, una jugada de ataque por la derecha que intentaba rematar el Villarreal fue interrumpida por una falta dentro del área que era penalti y el árbitro lo pitó.

Llovía en A Coruña y quieras que no los chicos del equipo que algún día fue de Lendoiro, como encontraron el empate en cuanto la segunda parte echó a rodar, y además, llovía, entendieron que allí quedaba partido y que la naturaleza se ponía de su parte; de modo que apretaron los dientes y se echaron encima de los mediterráneos que son más de sol y playa que de rocas y percebes, con lo que utilizaron treinta de los cuarenta y cinco minutos que quedaban para intentar ganar el partido, porque de empatar están ya hasta el moño y además llovía. Qué le hizo cometer el penal al defensor gallego, él sabrá, porque el remate que se intentaba era de espaldas y la probabilidad no daba para mucho más. A lo mejor el futbolista no ha hecho el Camino de Santiago y el patrón andaba distraído.

O sea, que el submarino amarillo se ha consolidado un poco más en el cuarto lugar empatado a puntos con el Real Madrid y en puesto de Champions. Con treinta y seis puntos, no siempre pero sí más que menos, al final de la liga cualquier equipo puede salvar la categoría. Digamos, para sumarnos a lo que oficialmente suelen decir en el Villarreal Real, que seguramente al terminar la primera vuelta los de amarillo pueden tener resuelta esa primera opción y pensar seriamente en ir a por otras, lo que mola, solo con pensarlo.

No quiero pensar en el partido frente al Levante jugado y perdido en Valencia, no me da la gana. Quiero pensar en la buena actitud del equipo ayer, incluida la media hora de abotargamiento en la segunda parte, porque a falta de diez minutos resurgieron de sus cenizas y volvieron a intentarlo. Un gol de penalti, solo es posible si el juego está dentro del área de los otros y tú persigues el juego y la bola. Cierto es que todos los árbitros no le pitan al Villarreal una falta mortal favorable a falta de treinta segundos para el final del partido, incluidos los minutos de propina, y nunca mejor dicho.