El palco de los periquitos el sábado por la tarde en Cornellá era una hilera de miradas a medio mirar. Recién adquirida la mayoría de las acciones del Espanyol un multimillonario chino, otro, la representación oriental estaba allí dispuesta acompañando al jefe de la expedición que parecía atender con curiosidad lo que estaba ocurriendo allí abajo, donde espanyolistas y submarinistas peleaban por introducir la pelotita en la jaula del contrario, unos, mientras los otros hacían lo propio, con el de antes. Se me acude, es un decir, que cuando a los pocos momentos los de casa enjaularon la bola en donde vigilaba Areola, los ahora socios mayoritarios del segundo equipo de Barcelona entenderían que si tan pronto empezaban los de casa a marcar diferencias aquello podía ser una fiesta ininterrumpida de al menos un par de horas, de modo que lo del fútbol, como diversión, era un prodigio. Después la cosa cambió, porque desde que los suyos marcaron el gol hasta que consiguió el Villarreal empatar por medio de Trigueros, los escasos de amarillo que acertamos a ver por las gradas de allí, más los que estuvimos al loro, plasma mediante, como suele Rajoy, mayormente, contemplamos lo más parecido a un partido de fútbol por parte del Vila-real. La segunda parte, ya con el Espanyol en ventaja fue un querer y no poder porque los pericos se habían vuelto a poner por delante y si ya el Espanyol es un hueso duro de roer en casa, puesto por delante y por la mínima montó un par o tres de líneas Maginot para sujetar a los visitantes y saltar al contraataque en alguna ocasión.

Aguantaban el resultado los de casa base de lo dicho y lo hicieron tan bien, como mal lo habían hecho los rivales en los dos goles concedidos. Bailly, el central que en su día le compró el submarino al Español se ocupó de dar el cante en el primero ante Caicedo en el primer gol y volvió a hacerlo ante Gerard Moreno en el segundo. No sé si el morenito se volvió a resentir del hombro en las jugadas de los goles o sencillamente acusó jugar en la izquierda cuando es derecho, pero es lo cierto que en el descanso se quedó en la caseta y el sustituto, Bonera, cumplió. Era suficiente. Los goles del Villarreal, puesto que de goles estamos hablando, fueron cosa de Trigueros llegando desde la segunda línea, perfecto el remate, el primero. El segundo llegó cuando ya se acababa lo que los chinitos habían llegado de tan lejos para contemplar: el Villarreal, que no había tirado a gol ni una sola vez en la segunda parte y es mucho cuarenta y cinco minutos sin rematar a gol, tuvo el beneficio de sacar un córner y Musacchio que saltó más y mejor que su marcador, empató. Era el gol que deshacía una de las leyendas urbanas de este equipo, el Villarreal, cuando nos habían dicho por activa, por pasiva y perifrástica que el Villarreal era el único equipo del mundo que no había marcado, todavía, en esta temporada, ni un solo gol de cabeza. Ya no nos lo podrán decir.

El partido ante el Espanyol había coincidido con el cumplimiento de eso que los que entienden llaman ciclo, es decir, cuando un jugador acumula cinco tarjetas amarillas debe cumplir un partido de suspensión y el defensa central zurdo, Víctor Ruiz, cumplía la suya. Ahí y en la decisión de dar entrada a Bailly que es derecho, es muy joven y jugar frente a su exequipo debió suponerle unos nervios añadidos, en dos errores sentenció a su equipo no una sino dos veces y así es muy difícil ganar, si además el otro equipo dispone de más pegada que el tuyo unas pocas de veces.

El Villarreal ofreció el sábado por la tarde en Cornellá sus tres caras: una esa en que consigue creer en sí mismo, juega bien, incluso bastante mejor que el contrario, lo que ocurrió en el espacio que va de recibir el gol hasta conseguir el empate a uno; dos, cuando con el rival nadando pero guardando la ropa, le espera atrás e intenta aprovechar el contraataque y tres cuando jugando bien, tiene menos peligro allí delante que los niños pequeños enjaulados dentro de un círculo protegido por una red, abarrotado de pelotas de goma, mientras las madres compran en otra parte del supermercado. Al lado de los nuestros, Gerard Moreno y Caicedo se me antojaron internacionales buenos, buenos, buenos. Así las cosas, a uno el Vila-real le gustó tanto como le disgustó que a los cuatro minutos hubiera concedido un gol. Por una vez se plantó dispuesto a ganarle el partido al Espanyol independientemente de ese gol prematuro. Herido tan pronto, se rehízo rápido, jugó mejor que el rival y acabó empatando con el gol de Trigueros. El segundo gol del Espanyol le hizo el daño acostumbrado, es decir, el rival se dedicó a defender el resultado acumulando hombres en el centro del campo que es lo que más incomoda al submarino amarillo, que otra vez resultó tan incapaz como acostumbra. Treinta y cinco minutos de buen juego no son suficientes y seguir sin generar ocasiones de gol en la mayor parte del tiempo jugado, denota que alguien va por esos campos de entrenamiento con los plomos fundidos. Con el talento de los futbolistas de la plantilla de este equipo, y lo escaso de su rendimiento en goles a favor, la clasificación es un espejismo.