El Castellón se condenó en Gavà a vivir su sexta temporada consecutiva en Tercera División en los penaltis. Antonio y Luismi no acertaron en la muerte súbita y el equipo se ve abocado a seguir en el infierno de Tercera División. Un temporada más que abunda en la tragedia porque, en su casi centenaria historia, nunca había conocido el club albinegro una categoría tan baja, cuarto escalón del fútbol nacional tras la creación de la Segunda División B, y no la hubiera conocido de no mediar un descenso administrativo en el verano de 2011. Cabe recordarlo, el Castellón no cayó a Tercera por deméritos deportivos. Lo hizo por los impagos de Castellnou y entre la impotencia de su afición y la parálisis institucional. En la paradoja, la caída a Tercera ha servido, con sus picos y sus valles, para que germinara un albinegrismo militante e intergeneracional. En él se tendrá que apoyar el club albinegro para seguir adelante e intentar armar un nuevo proyecto que, una vez más, deberá iniciar la larga ruta hacia un ascenso de categoría que, como se demostró ayer, requiere de sangre, sudor y lágrimas para ser alcanzado.

La fuerza del Castellón en este periodo ha sido el escudo. El himno, el Pam Pam Orellut. Ha sido seguir siendo el Club Deportivo Castellón, evitando refundaciones. Como el club no podía ofrecer perspectiva de éxito, la afición se ha aferrado este tiempo al sentimiento de pertenencia. Una base que debe cimentar el sexto proyecto en la categoría para evitar que, como sucedió esta temporada, haya una fuga de aficionados y se afronte otro intento de retorno a Segunda B.

De 2011 a 2016, el Castellón ha perseguido un ascenso que, más que un objetivo sano, mutó enseguida en necesidad absoluta. La delicada situación económica del club planea en la rutina. Este año ha habido retrasos en las nóminas, algo tristemente habitual en este lustro. Al descenso administrativo le siguió el paso fallido y efímero de Fernando Miralles y Jesús Jiménez, respectivamente. Al borde del colapso, y después de la retirada de la opción local de Paco Chinchilla, aparecieron en 2012 David Cruz y Manolo García.

Años de bandazos

En lo deportivo, han sido años de bandazos. Del equipo humilde y de la casa, plantilla corta, que tejió Pedro Fernández Cuesta, y que perdió en la promoción de ascenso ante el filial del Córdoba, se pasó a un segundo año desastroso, con decenas de futbolistas y tres entrenadores totalmente distintos (Jorge Peris, Pepe Soler y Ramón Moya). El Castellón coqueteó peligrosamente con el descenso a Regional Preferente en el único de los cuatro años de Cruz sin fase de ascenso.

Al siguiente, la inyección económica del patrocinio adeudado por Aerocas, cambió el paso de la temporada sobre la marcha. En el banquillo, Ramón María Calderé relevó a Joan Esteva. El equipo fue campeón pero se descoyuntó en una promoción caótica, con doble derrota ante Linares y Haro. Esta temporada comenzó con intención continuista, pero duró poco. Llegó Kiko Ramírez y la plantilla se reinventó, con un perfil humilde, colectivo y trabajador. Todo costó mucho: entrar en play-off, terminar terceros y pasar dos eliminatorias contra Peña Deportiva y Atlético Malagueño. Un camino agónico y sufrido hasta la final de La Bòbila, donde no hubo recompensa.