Ya siento no entrar en el debate sobre si el sistema del CD Castellón es el más adecuado para afrontar este valle de lágrimas de la cuarta categoría del fútbol patrio. Menos aún dirimir si tenemos la plantilla adecuada para exigir el ineludible regreso a Segunda B. Confieso una parte de ignorancia en ambos temas y un mucho de desidia, porque a mí no me ocupa tanto el camino como el resultado. Tamaña sinceridad y pragmatismo parecerá interesada por mi parte, pero también lo es el remedio que se nos recetará en breve a nuestra desazón, ampliando la lista de los 118 jugadores que han pasado por aquí, con el aval de Ramon Moya y la aquiescencia de David Cruz. Que no diré yo que todos pagaran una comisión por fichar, como aviesamente sospechan los enemigos del oficialismo, pero lo que es seguro no dejaron es la indeleble huella de una brillante contribución a un anhelado ascenso. Y van cuatro años con cuatro fracasos como cuatro soles, porque, como le decía el otro día a un consejero que se atrevió a llamarme por teléfono, nadie perdona a los segundones y jugar promociones sin subir no supone premio alguno, más bien hurga en una herida que no ha cicatrizado.

Apuntaba también un mucho de desidia, víctima de un amargo desencanto, pese a la seguridad de que ni las derrotas más lacerantes, y las dos últimas lo han sido, suponen una muerte deportiva en sí mismas, como tampoco las victorias más espectaculares aseguran nuestro futuro. Es más, me atrevo a cuestionar si en otra categoría superior hallaremos más que un triste flotador para mal vivir alejados de la orilla, en ese inmenso océano que deviene el concurso de acreedores. Por eso sostuve siempre que mi prioridad y mi duda -o no- es la misma que la de Hacienda: la capacidad de Cruz para atender los pagos pactados. Todo lo demás son juegos florales, más o menos lucidos, originales y cargados de razón, pero que apenas hacen mella en la curtida piel de este presidente a sueldo que, a falta de éxitos, se recrea con las adversidades.

Por eso no le resulta difícil esquivar las críticas si para los fiascos deportivos ha encontrado a un entrenador que ha tragado sin chistar con el desmantelamiento de la plantilla, y quien ha cargado ahora contra sus jugadores para fortalecer la unidad del vestuario -contra él-. Con esa prostituida fidelidad, Frank Castelló ya se reparte con Moya el honor de compartir el objetivo de una afición que justa o injustamente, ya ha dictado sentencia, Cruz y el Castellón son incompatibles y quien apoya al primero está contra el segundo. Sin términos medios, ambages o excusas. Sobran todos.

Un reflejo más de ese maniqueísmo son la campaña para la (no) renovación de abonos y el fútbol base, sin encontrar respuesta en él, más allá de unas vacaciones pagadas mientras sus compañeros de consejo escuchaban desde el palco el virulento estallido de la afición. Y eso duele a quienes son de Castelló, viven en Castelló y sufren día a día las consecuencias de esa apuesta suya tan incomprensible como lícita, la de trabajar desde dentro por el club y no por Cruz. Pero con su elección se han convertido en colaboradores necesarios de una gestión en falso, en el último escudo del presidente. Sería bueno que lo reconocieran y le dejaran solo para favorecer el necesario relevo.

No es la primera vez que tropezamos en esa piedra. Hoy mismo declara ante el juez como imputado Jesús Jiménez. Recuerdan, un salvador con más ego que dinero que consiguió el favor de casi todo el albinegrismo para llegar al poder a través de un cúmulo de irregularidades, sin obviar su vinculación con Castellnou. Jamás fue la solución, y aquella agonía la hicieron más larga sus turiferarios dentro y fuera del consejo. Parecidos razonables.