Dos acciones al borde del descanso, un gol de volea de Saúl Ñíguez y un penalti parado por el esloveno Jan Oblak al mexicano Andrés Guardado, domaron anoche a un punzante PSV y provocaron un triunfo esforzado del Atlético de Madrid en su estreno en la Liga de Campeones de esta temporada. Una victoria más transcendente de lo que dicta este momento del torneo, la primera jornada, porque es fuera de casa, porque el PSV es un rival exigente y porque tres puntos de principio en una fase que pone dieciocho en juego son ya al menos un cuarto de camino hacia los octavos de final de la máxima competición continental. Y porque el partido surgió trepidante, revolucionado y lanzado a un ritmo impresionante. Un ida y vuelta incontrolable a partir de una demostración de intenciones primero. Inicialmente del Atlético, apabullante en campo contrario, los primeros tres minutos; después del PSV, desde el juego aéreo y la velocidad, los tres siguientes. Ahí no se sentía a gusto el PSV, porque no maneja los tiempos ni los espacios del partido y porque sufre en el desorden por el que transitó casi todo el primer tiempo; un pulso de ambición, presión, fuerza, intensidad... y momentos de buen fútbol, verticalidad, movilidad y desborde del Atlético y de Nicolás Gaitán.

Fueron minutos también de zozobra defensiva, de los que el Atlético salió airoso, porque encontró el gol en el minuto 43, en una volea bonita y certera de Saúl Ñíguez tras un saque de esquina y tres rechaces, y porque el esloveno Jan Oblak irrumpió de forma decisiva al borde del descanso, para estirarse y repeler un penalti lanzado por el mexicano Andrés Guardado y cometido por Giménez sobre Luciano Narsingh, una amenaza siempre por su velocidad y habilidad.