El colega Sergio Cortina es de los buenos, muy de grada, parka, tecla y zapatilla, así que no queda sino aguardar con ansia el Hooligan Ilustrado sobre el Real Oviedo que Libros del KO publicará en los próximos meses. Los que hemos podido leer algún borrador andamos golosos en la espera. Una idea fuerza esperanzadora gobierna el relato de Cortina, que no duda en lo suyo y que nos ayuda a los demás de paso a resistir. Todos los años en Tercera, en el barro apestoso del infra, en las promociones agónicas y sudorosas, vistas ahora en perspectiva, le «merecieron la pena».

A Sergio además se le caen las anécdotas de los bolsillos. Me gusta la de aquel entrenador desesperado que, viendo cómo el equipo se le escurría de vuelta a Tercera, viendo cómo sus futbolistas se bloqueaban jugando en el Tartiere, ideó una solución gloriosa. Mandó que durante los entrenamientos sonaran por megafonía los pitos, los abucheos y los insultos grabados de los aficionados, para que los jugadores se acostumbraran al estado de bronca que se les avecinaba.

Inexplicablemente, el Oviedo bajó a final de temporada.

El primer día que pisé el césped de Castalia no me enteré de mucho. Fue al final de un partido, de crío, y me llevé en el bolsillo del abrigo uno de esos aviones de papel que se tiraban. Pero el primer día que lo pisé de adulto, hace no tanto, me di cuenta de algo que nunca había pensado: la grada está al lado. Cuando veía los partidos desde arriba sentía una especie de inmunidad: la masa te ampara y tu cara se difumina. Pero allí abajo me cercioré de otro punto de vista, el del futbolista: todo se escucha y se ve, todo se palpa, todo es crudamente cercano.

Resolví que jugar en Castalia no es fácil, máxime para alguien como yo, que no quería hacer la mili porque me preocupaba soportar la presión de tener que pelar patatas, con mi infinita torpeza. Quizá por eso respeto y valoro a aquellos con la personalidad suficiente para superarlo, para trascender al ambiente, y me alegro porque con independencia de la categoría aquellos que lo consiguen pueden llamarse, con todo honor, futbolistas. Lamento en paralelo que el club haya maltratado a varios de esos que se partieron la cara cuando más quemaba la camiseta.

Intuyo que la comprensión que la grada destila hoy con el equipo nace en parte de esta percepción. Intuyo también que esa exigencia genética de Castalia es un rasgo definitorio de la identidad del Castellón como club, y me gusta que así sea. Bien manejada, la presión puede ser buena. Le ha pasado al equipo de, al menos, las últimas dos temporadas. Castalia te pone contra las cuerdas, vale, pero cuando se afronta y se supera ese brete, el equipo sale tremendamente fortalecido. Esa es otra esperanza.