El Tossal dels Tres Reis es un pico de más de 1.3o0 metros de altitud, donde confluyen las tres comunidades que antiguamente constituyeron la Corona de Aragón. El pico es colindante con los municipios de Valderrobles, en la provincia de Teruel, la Sènia, en Tarragona, y la Pobla de Benifassà, en Castelló. Este territorio, en el que quedó integrado el pueblo valenciano, vive días que rozan el transtorno bipolar.

Ya aludió el ensayista suecano Joan Fuster en su clásico Nosaltres els valencians a la naturaleza dual del viejo reino foral. Pasados más de cincuenta años de su publicación (1962) y en el veinticinco del fallecimiento de su autor (1992), la descripción sigue siendo válida: la actual comunidad autónoma que celebra su día «nacional» el 9 de octubre, precisamente, como conmemoración de la entrada de Jaime I en Valencia, es hija de dos padres: el reino aragonés y los condados catalanes.

Pasados más de siete siglos de aquellos feits, las dos comunidades que formaban el matrimonio y concibieron el hijo deseado vivien un complejo de proceso de separación. Puede ocurrir, a la vista de los hechos que se derivan del referéndum del 1 de octubre, que el Estado español obligue al cónyuge -que hoy ha pedido el divorcio- a que vuelva a convivir bajo el mismo techo con la esposa repudiada.

La relación parterno-filial también se ha visto gravemente afectada y, sin desearlo, los ciudadanos del sur del Sénia parecen tener que responder a una pregunta binaria y también indeseada: ¿a quién quieres más a papá o a mamá? Como decíamos, pasado el 11 de septiembre, la «Diada de Catalunya», y pasado el Día del Pilar, patrona de Aragón, la Hispanidad en su conjunto y hasta de la Raza (sic), los valencianos nuevamente nos vemos administrando nuestra idiosincrasia dual, cuando no, bipolar.

Las denostadas terceras vías

Parece que en esta ocasión que la equidistancia «tercerviísta» está condenada de antemano por ambas partes, la unitaria y la segregadora. Sin que sepamos lo que va a suceder en las próximas semanas, lo que no es un futurible es que la «Batalla de València», y vamos a por la segunda, ya ha comenzado a cobrarse sus primeras víctimas civiles. Por el momento, se asemeja a la primera, la de la Transición, en que es una guerra de símbolos . Las banderas, cuando están sujetas a un palo, pueden esgrimirse como el peor argumento contra los oponentes. Eso fue lo que vimos el pasado lunes, junto a la pasividad clamorosa de la Delegación del Gobierno. #¿Hablamos? #Parlem?