Surgió espontáneamente, y no pudimos ni evitar la sonrisa entonces, ni, ahora, escribirlo con más sarcasmo que saña. Fue después del partido del domingo, cuando llegó Enrique Ballester a la redacción y me contaba que el entrenador del Castellón dibujó una mueca ante los micrófonos, torció el gesto, hizo como que secaba una inocente lágrima y pidió disculpas por haberse visto superado por la emoción. ¡¡Es Luiche!!, sentenciamos casi al unísono. Y en mi maledicencia empecé a pergeñar este desahogo semanal.

No seré yo quien haga mofa de los sentimientos. Pero siendo del mismo pueblo y compartiendo vivencias familiares y profesionales con aquel club, nunca he escondido mis preferencias y el domingo celebré el triunfo sin rubor. Por eso, y sin pensar en la sobreactuación, expongo mi teoría de que en realidad Sergi Escobar poco menos que idolatra a García Martínez.

Ambos llegaron de rebote al banquillo de Castalia. El mentor por una espantada previa de Ivan Brzic que se marchó al Mallorca y hasta tuvo que poner dinero de su bolsillo para que el Eldense le dejara marchar. El alumno, viniendo como viene de las secciones inferiores, seguro que su sacrificio no ha sido menor, sin olvidar que no lo tuvo fácil para convencer a consejo, afición y plantilla dada su falta de experiencia.

En su presentación, Escobar vino a definirse como mucho más defensivo que Frank Castelló, lo que sin eufemismos viene a ser el barraquero de toda la vida. Un resultadista que hace bueno el 1-0 como concepto. Ya lo había dejado claro Luiche en aquellos épicos inicios de los noventa: el que quiera ver espectáculo, que vaya a ver a Concha Velasco, sentenció. Y este inesperado discípulo le imita a pies juntillas. Después de unas cuantas jornadas bien que nos ha ido.

Ninguno de los dos disimula su querencia por los micrófonos y las fotos, con cierta gracia incluso, como reflejaba el aforismo anterior, sabedores como son que de la originalidad en sus mensajes depende la mayor difusión. Fueron míticos los «vuevos», la ambulancia en el palco del Camp Nou y no pocas provocaciones que todavía no han encontrado parangón en la actualidad, cierto, pero que amenazan continuidad con algunas pinceladas, sobre todo en Twitter, de quien no deja de ser todavía un advenedizo en estas lides. La vehemencia con que ambos salen a abrazar a los jugadores, algunos deslices históricos en el vestuario o el desfile por los locales que frecuenta la afición corresponde a un populista patrón que se podrían arrogar cualquiera de los dos.

También les persigue la fama de aceptar mal las críticas y ser rácanos. Luiche llegó a presentarme una querella que nunca prosperó; y su única invitación fue con aviesas intenciones contra un compañero de la prensa. Espero sinceramente que Escobar no le imite en ninguno de los dos aspectos, porque lo contaré.

Los protagonistas de esta soflama han administrado más que mal las altas y bajas. Por encima de los argumentos esgrimidos están las formas, y ahí no caben discusiones. Los grandes clubes se distinguen por los pequeños detalles, y ni el Castellón ni Escobar han estado a la altura y señorío que corresponde. Eso sí, todavía lejos de las tendenciosas filtraciones de Luiche, que provocaron una revuelta en el vestuario, la pérdida de confianza de los futbolistas y una merma notable en el rendimiento de aquellos que, finalmente, no se pudo enderezar en los últimos siete partidos con Lucien Muller y acabó pagándose con el descenso.

Ese fue el motivo de su destitución, una mancha que le persigue y que nunca fue lo suficientemente analizada, en una especie de postrero homenaje. No muchos años después volvería el de Villena a entrenar aquí. Y si en su dilatada carrera luce el ascenso a Primera, la permanencia y no pocos momentos de gloria, también lo emborrona un descenso a Segunda B, y eso ya no lo puede corregir. Escobar, por suerte, aún está en la primera página de su currículo.