Incómodo como nunca pero competitivo como siempre. El Castellón no se encontró a sí mismo en el Ciutat de València, pero se las apañó para rascar un empate de valor superlativo. Sin centrales, sin juego y sin balón pero con tres mil orelluts en las gradas, el equipo de Sergi Escobar se aferró al partido como si le fuera la vida en ello, porque en realidad le iba en ello algo similar a la vida, o casi, y niveló tras el descanso un duelo que parecía perdido. Joan adelantó al Atlético Levante en la primera mitad y Cristian Herrera cazó el empate en la segunda. El punto se baña en bronce: el Castellón sigue colíder con un partido menos que el filial levantinista, y dependerá de sí mismo para ser campeón, enfilando con el viento a favor las últimas diez jornadas.

Ayer el viento no fue metafórico sino real. Soplidos en remolino que condicionaron el juego durante toda la mañana. Los locales lo tuvieron a favor en el primer tiempo, y lo aprovecharon, y los visitantes en el segundo, y a esa inercia se encomendaron. El fútbol es un demoledor juego de momentos. En el fútbol no mereces o dejas de merecer, en el fútbol eres o no eres, y el Castellón de repente fue. Ferreres colgó un balón en el minuto 64 y en un segundo todo hizo clic. Colomer metió valiente la cabeza donde otro no hubiera metido el pie, y la bola le cayó a Cristian Herrera, que definió a la media vuelta con precisión francotiradora.

Le costó muchísimo al Castellón todo en el Ciutat de València. Gozó de un falso control en los primeros diez minutos. A partir de ahí creció el filial: se hizo con la pelota primero y con el partido después. Y a diferencia de otros rivales, el conjunto granota maneja los recursos suficientes para hacer daño. Impuso el físico atrás y la velocidad delante. El Castellón corrió con la amargura del condenado, corrió sabiendo que tarde o temprano llegaría su hora. El 1-0 asomó en el minuto 32 pero pudo haber llegado antes. Lo evitó Enrique en el 13, feroz a pies de Viana; lo rozó Joel de cabeza en el 20, en un córner combado que superó a Zagalá en la salida; y lo tapó el propio portero orellut en el 31, tras una contra que generó una pérdida de Forner, remató Cortell a quemarropa y sacó Zagalá al tiempo que el linier indicaba fuera de juego.

El 1-0 señaló a Juanjo, reciclado al lateral izquierdo con Ferreres en el banco. Juanjo perdió la pugna con Joan en un balón picado a la espalda, y Joan batió a Zagalá de tiro cruzado. El gol subrayó lo que estaba pasando: el Castellón atravesó el partido como quien cruza un campo minado, fastidiado y temeroso, penalizado desde la cueva. No se ganó la batalla colectiva y tampoco ningún duelo individual. Sin Dealbert (enfermo) y sin Arturo (lesionado), Castells formó de central junto a Enrique. Buscando abrir un ojo en la salida, Escobar retrasó a Forner al descanso, pero tras la lesión muscular de Enrique volvió con él Castells a la zaga. De accidente en accidente, Forner quedó KO tras un cabezazo y Marenyà ejerció de central hasta que salió al verde el joven Amine, que salvó mal que bien la papeleta. El baile matinal de Marenyà retrata la incomodidad picajosa: el capitán empezó en la banda izquierda y acabó de mediocentro tras jugar de interior diestro, mediapunta y defensa central. Simboliza un poco lo que ocurrió: no hubo espacio para el brillo pero sí para apretar los dientes en la pierna fuerte. No era día para quejarse, aunque las excusas llamaran a la puerta constantemente.

Hasta la meta

Ese sacrificio colectivo validó el empate albinegro. El Castellón entendió que había que llegar a la meta como fuera, y así lo hizo, con las ruedas pinchadas, la gasolina en reserva y la caja de cambios atrancada. Pero llegó: Zagalá negó el 2-1 en los intentos del afilado Cortell y a Cubillas se le marchó fuera su única ocasión, tras un centro de Rubio en el minuto 83. El empate final cayó sudoroso pero real. Tan real como costoso. Y tan costoso como dulce para los albinegros.