Con esto de los sorteos siempre ocurre igual, que nadie parece quedar contento, o al menos lo disimulan con un rosario de aburridos tópicos. El que le toca el premio porque Montoro no le deja disfrutarlo y el que no le toca porque hubiera estado contento de compartirlo con Montoro, que al final es siempre el único que gana. El Montoro de los sorteos deportivos, que es lo que nos pica, digo yo que para los demás era el Castellón, garantía de taquilla allá donde fuere. Y hasta lo parecía para nuestro consejo, dadas las prisas por hacer caja, sin esperar siquiera a saber si iba a jugar una o tres eliminatorias, antes de haber cazado el oso y hasta de comprarse la escopeta, pero con los refuerzos de Cristian, Marc Castells y Diego Reyes creo que han diluido todas críticas y han dejado sin excusas a los melifluos.

Eso sí, creo que también era una magnífica ocasión para testar nuevos horizontes, primando la fidelidad y hasta enlazando abonos con acciones de una futura ampliación de capital, abierta y participativa, como en tantas otras sociedades anónimas deportivas. Pero los actuales propietarios están bendecidos por los gurús de las redes sociales. Los mismos que ponían a caer de un burro a David Cruz por sacar a la venta las entradas con idéntico precio, aplauden ahora hasta enrojecer sus palmas. Son los mismos que invadieron el estadio y ahora gritan que quien quiera que pague. Nada nuevo bajo el sol. A fin de cuentas, el principal rédito de los mandamases, de estos y de los de antes, siempre fue el éxito deportivo. Pero Castalia suele ser tan cariñosa y agradecida, como exigente.

Por eso no puedo compartir la pusilanimidad de quienes están poniendo el parche antes de la herida, que en este caso no es el club y justo es agradecérselo. Porque recién salida la bola que nos emparejaba con el Tropezón lloraron cual plañideras por el infortunio, incluso con más lágrimas que cuando se escapaba el título de campeón por el sumidero de las putas rotaciones. Digo que una cosa es el respeto al rival, el freno a la confianza y el brindis por la competitividad, que gane el mejor, y otra radicalmente distinta predicar a destiempo la necesidad de liberar a la plantilla de la presión y la ansiedad para alcanzar el ascenso, como si a los jugadores les hiciera falta que les recordemos lo mucho que nos jugamos, lo mucho que esperamos de ellos y lo mucho que ellos mismos pueden recibir a cambio.

No sé si es una forma futil de reducir la sensación de fracaso en el caso de que no se alcance el premio, pero sigo pensando que no es una deuda que la historia tiene con nosotros -que la tiene-, es una inversión que la afición ha hecho en forma de quince mil y pico abonados, una manera de cobrarnos el aliento insuflado todos estos meses, con mejor o peor tiempo, con mejor o peor juego. Yo no considero que eso sea un abuso por nuestra parte para con técnico y futbolistas. Ni tampoco creo que en el vestuario nos lo echen en cara. No debieran, porque es una argumentación tan ridícula que delata a sus progenitores. La llegada de un fichaje de última hora significa que en la directiva tampoco tienen dudas al respecto. El que las tenga, mejor que se apee antes de dejar una huella de mediocridad que resulte indeleble para nuestras aspiraciones.

Porque la gloria ni es cobarde ni está hecha para conformistas. Así que mejor nos iría si desde el primer minuto de esta fase sumamos cada uno en su parcela para abarrajar a cuantos rivales se nos crucen en el camino, sin olvidar que en nuestra casi centenaria trayectoria vital han sido demasiadas las veces que el principal enemigo lo hemos tenido en casa. Sí, queremos subir, nos merecemos el ascenso y vamos a demostrarlo seis veces más. Orgullo se llama. Y el albinegro siempre fue orgulloso, lo lleva en su ADN y devino decisivo ante la amenaza de muerte. No vamos a dejar de serlo ahora.