Como plasmó Umberto Eco en una de sus novelas más aclamadas, El nombre de la rosa, la religión en el medievo formaba parte del primer plano de las vidas de los ciudadanos y en muchas ocasiones sacudía el orden y la estructura de la vida de todos ellos. Así, al igual que actualmente existen varias tendencias y signos ideológicos dentro del catolicismo, también en el siglo XVI, en pleno desarrollo de la contrarreforma, existió en el seno de la Iglesia una acalorada disputa sobre la potencia y las circunstancias que rodean la vida y su creación que recorrió desde Salamanca hasta Roma, pasando por Valencia.

El historiador valenciano Francisco Roca Traver donó el pasado 18 de enero un manuscrito del siglo XVIII al Convento de Predicadores de los dominicos de Valencia que recoge precisamente fragmentos de una de las más polémicas y duras disputas teológicas entre órdenes religiosas, la polémica de auxiliis. Este documento refleja la batalla dialéctica y de status que mantenían estas dos órdenes durante el siglo XVI y XVII. Más que una controversia dogmática, este documento narra hechos locales relacionados con la hegemonía de estas hermandades en la ciudad de Valencia.

Como explica el padre dominico Alfonso Esponera, profesor de Historia de la Teología, estos documentos donados al convento reflejan "una pelea de poder más que de dogma. Los jesuitas llegaron en 1544 a Valencia y cincuenta años después ya habían adquirido cierta relevancia", hecho que provocó tiranteces entre las dos hermandades eclesiásticas en la ciudad. Existía un respeto tácito entre ambas órdenes religiosas basado en la amistad y la cordialidad que poco a poco fue diluyéndose y resquebrajándose. Aquella convivencia idílica comenzó a desaparecer cuando el caso pasó a manos de la Inquisición, del rey y del Vaticano".

Pero la base de estas diferencias, más allá de la lucha de poder, radica en las diferentes visiones que tenían ambas hermandades respecto a temas teofilosóficos. A finales del siglo XVI, concretamente en 1582, el jesuita Luis de Molina y el dominico Domingo Báñez se enzarzaron en un debate que no se resolvió hasta que en 1607 el papa Paulo V dictaminó libertad para ambas órdenes de defender su doctrina sin que ninguna de ellas fuera tildada de herejía.

La controversia dogmática

La cuestión a debatir era clásica: ¿hasta qué punto es posible conciliar la potencia infinita de Dios y su omnisciencia con la libertad humana? Para el jesuita Molina, existía la necesidad de una ciencia media que conciliara la potencia divina con la libertad humana, defendiendo esta libertad frente al fatalismo protestante.

Sin embargo, para los dominicos esta visión limitaba y menospreciaba el poder de divino, por lo que acusaron a los jesuitas de herejes y llevaron la disputa hasta el Consejo de la Inquisición española, el Rey Felipe II y el papa Clemente VIII. El máximo pontífice impuso en un primer momento silencio a los litigantes, pero viendo el descontento del monarca español, favorable a las tesis dominicas, consintió la censura de los textos de Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis, obra escrita por el jesuita De Molina que focalizó todas las críticas dominicas.

Luchas en Roma

Este hecho provocó que a partir de 1598, dominicos y jesuitas continuaran sus disputas en Roma, las llamadas de auxiliis, de auxilio. El propio papa decidió presidir los debates hasta su muerte, en 1602. Su sucesor, Paulo V, mandó que se reanudasen las disputas hasta que finalmente concluyó la discusión con libertad para defender sus ideas a ambas órdenes. Los jesuitas, exultantes por el fallo del papa, lo celebraron con festejos públicos, música, fuegos artificiales y corridas de toros. Fue un importante paso para la instauración y aceptación definitiva del peso de los jesuitas en el ámbito eclesiástico, tanto valenciano como europeo.

El padre Esponera está preparando una próxima edición del manuscrito donado por el miembro de la Real Academia Valenciana de Cultura, Francisco Roca Traver, junto con otro de la misma problemática redactado por Juan Bautista de Lanuza, Provincial en aquella época.

El texto de Roca procede de fondos del barón de Alcahalí, propiedad del historiador, aunque es probable que originariamente perteneciera al archivo del antiguo Real Convento de Predicadores.