?

En el Quattrocento valenciano corría el dinero por la ciudad, la urbe era próspera para los negocios y fluía el trabajo. De los territorios del reino, de Castilla y Aragón y de las repúblicas italianas llegaban inmigrantes en busca de fortuna... Eran los albores del siglo de oro valenciano pero las calles de la ciudad, que durante el S. XV fue la más poblada del Mediterráneo, con 9.879 casas censadas en vísperas de la fundación del hospital General, además de escenario de tratos comerciales, boyantes ganancias, algarabía y tabernas acogía también en sus calles a locos, desjuiciados, inocentes y miserables que vagaban sin rumbo mostrando una imagen sombría de la ciudad.

El académico José Hinojosa Montalvo trasladó ayer en el acto de apertura de la celebración del D aniversario de la constitución del Hospital General con su amena y descriptiva conferencia a los asistentes a la Baja Edad Media...

A modo de dato curioso, el historiador relató que solo había dos médicos con contrato en la institución y que veían a una docena de pacientes dos veces al día. Aunque se quiso ampliar la plantilla hasta doce para que cada médico tuviera asignado un mes al año de asistencia, las ausencias de los facultativos obligaron a retomar la reducida plantilla.

La exposición históricos del profesor Hinojosa cautivó a un auditorio que estaba a rebosar de personal sanitario que disfrutó con los pormenores de cómo Valencia pasó de tener un sistema medieval de asistencia a uno "plenamente moderno" en abril de 1512, que fue cuando el Hospital General abrió sus puertas.

Según consta en la Sentencia Arbitral de su fundación, el hospital adoptó el nombre de General para acoger a todo tipo de enfermos: "De hoy en adelante no habrá ningún hospital particular, sino que será hospital general". Su objetivo era asistir a los miserables que al igual que en las castas más bajas de la India, eran los intocables de la época: locos, indigentes, desvalidos y niños abandonados en el torno.

El hospital dispuso de áreas específicas para tratar las fiebres, el mal de siment (sífilis) y a los heridos. También contó con una sala de locos, otra de expósitos y una más para los leprosos.

El profesor Hinojosa indicó que los médicos relataban que entrar en la sala de los sifilíticos era peor que acercarse a una tumba llena de cadáveres de varios días, "los candiles y velas se apagaban de los vapores que allí se desprendían...". A los asistentes a la charla les faltó taparse la nariz de tan realista descripción.