El lunes pasado, el presidente de Unión Valenciana, José Manuel Miralles, hizo el mismo viaje repetido por decenas de dirigentes en los últimos años. Tras hacerse público que UV no concurrirá a las elecciones autonómicas y locales, una cita a la que no había faltado nunca, Miralles escenificó en un acto con el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, su respaldo al PPCV, partido del que procedía (fue miembro de la ejecutiva local de Nàquera hasta 2003) y que denostó hasta doblar la cerviz. De los últimos cuatro presidentes regionales, tres (Chiquillo, Ballester y ahora Miralles) han caído en brazos de los populares y el cuarto (Chanzá) se ha arrimado a una plataforma, el CDL, que aglutina a ex PSPV y ex UV. Para muchos, la última deserción, si el retén que ha quedado en la sede no lo impide, ha sido el acta de defunción de un partido que acarició la gloria en los comicios de 1991, cuando cosechó 208.126 votos en la C. Valenciana, el 10,5 %, de los que 184.379 los sumó en la provincia de Valencia, el 16,4 %. Dieciocho años después, en las europeas de 2009, UV recabó 4.398 votos, por debajo del Partido Antitaurino (5.000 sufragios), mientras que dos años antes, en las autonómicas de 2007, recibió 22.789 votos, el 1,0 %.

En medio, una historia trufada de continuos enfrentamientos internos, fugas al PP y una imparable hemorragia de votos hasta casi la extinción de un proyecto político fraguado en 1981, en una reunión en Agres, en la que dirigentes de diversas entidades significadas en la batalla de Valencia en torno a los símbolos, con el Grup d'Acció Valencianista (GAV) a la cabeza, deciden dar el paso a la política. Miguel Ramón Izquierdo, el último alcalde franquista de Valencia, improvisó el nombre de UV en una servilleta. En julio de 1982 redactó los estatutos. Sin embargo, Vicente González Lizondo se le adelantó e inscribe el partido que nació con el alicantino Vicente Ramos como primer presidente regional.

La inconsistencia ideológica ("el partido se incluye dentro de una corriente valencianista de base interclasista, de raíz popular", se declaraba en sus estatutos) de una formación nacida para capitalizar políticamente la agitación anticatalanista contra las instituciones en manos de la izquierda en los albores de la autonomía -con la triada identitaria lengua, bandera tricolor y Regne- explican a la vez el auge y la muerte de UV, una vez la derecha se hizo con el poder y desactivó la batalla lingüística. Unión Valenciana no sobrevivió o no supo adaptarse a esa "pax lingüística" impuesta por un PP que paralelamente valencianizó su discurso, dejando al desnudo la falta de solidez del proyecto unionista.

Un proyecto que recibe el primer empujón político a los dos meses de ver la luz de la mano de Manuel Fraga, quien en 1982, empeñado en sumar a las derechas regionales a AP, integra a UV en una coalición en la que también están el PDP y UL. Ramos y Ramón Izquierdo, quien asume la presidencia regional, obtienen acta en el Congreso. En las autonómicas y municipales de 1983 repiten pacto y UV está presente en las primeras Corts Valencianes y en el Ayuntamiento de Valencia, trampolín para la imagen de un Lizondo que desde la presidencia provincial de Valencia es quien maneja los hilos del partido. En 1986, Lizondo decide romper la coalición para preparar una aventura en solitario que da sus frutos: Ramón Izquierdo logra el escaño por 409 votos a costa de Emèrit Bono, candidato del PCE. En su estreno, Unió Valenciana cosecha 64.403 sufragios, el 3,1% a nivel autonómico, el 5,1% en la provincia de Valencia.

A punto de lograr la alcaldía

En las autonómicas y municipales de 1987 consolida su ascenso al lograr seis diputados en las Corts (183.541 votos, el 9,2 %), mientras en Valencia ciudad es la segunda fuerza más votada tras el PSPV aunque con los mismos ediles que AP. En las generales de 1989, Lizondo y Juan Oliver (144.924 votos,el 6,9 %), logran acta en Madrid. Pero los mejores resultados los alcanzan en las locales y autonómicas de 1991, cuando logran 7 escaños en las Corts, el techo de Unión Valenciana. Sin embargo, la alegría no esconde una gran frustración: En Valencia, Lizondo estaba convencido de que iba a sacar más votos que el PP y ambos derrotarían al PSPV como auguraban las encuestas, lo que le habría otorgado la alcaldía, pero Rita Barberá logró un edil más (9) que UV y se hizo con una vara de mando que aún no ha dejado. Lizondo (con el 21,8% del voto de la ciudad) exigió amplias delegaciones y repartió cargos mientras los problemas con Ramón Izquierdo, quien a menudo ejercía de agente moderador, lo llevaron a adelantar un año (1992) el asalto al poder orgánico total del partido.

Mientras el líder unionista corta cabezas, la formación de Barberá comienza a despegar. En las generales de 1993, UV retrocede y pierde un escaño (se queda Lizondo). También baja en las autonómicas de 1995, con 165.956 votos y el 7,1 %, pero sus cinco diputados son determinantes para que Eduardo Zaplana desplace a Joan Lerma. Lizondo repite entonces el "error", según sus críticos, de 1991 con Barberá y, en lugar de quedarse al margen del Consell o forzar un acuerdo al alza, sella el "Pacto del Pollo", así llamado porque se fraguó en el despacho del empresario del sector avícola Federico Félix la madrugada del 4 de julio de 1995.

El líder de UV se convierte en presidente de las Corts y UV amarra la Conselleria de Agricultura y Medio Ambiente, un senador y la presidencia del consejo de RTVV. Unos puestos que dan pesebre (más de cien sueldos) pero no permiten a UV levantar el vuelo. Pese a la hemorragia de votos, retiene el diputado en las generales de 1996 (José María Chiquillo, que había relevado a Lizondo en 1994).

Maniatado por su responsabilidad institucional, Lizondo había cedido el testigo a Héctor Villalba en octubre del 95 pero las desavenencias con éste y su entorno desembocan en su expulsión del partido en noviembre de 1996. El cofundador quería conducir la nave unionista hacia el PP mientras Villalba aspiraba a convertir el partido en una formación nacionalista, una especie de CiU a la valenciana. En diciembre del 96 fallece Lizondo y Villalba asume las Corts.

Mientras UV se desangra, el PP valencianiza su discurso -el "poder valenciano" de Zaplana-, al tiempo que lanza una OPA hostil para comprar unionistas. La envolvente se completa con el entierro de la batalla lingüística merced al pacto de la Acadèmia, en 1998. UV, asediada desde fuera y desde dentro (los fugados crean partidos para restarle votos), se ha quedado sin discurso y sin el cofundador Lizondo. Y lo paga en los comicios del 99, cuando suma 106.119 sufragios, el 4,8 %, a 6.000 votos de superar la barrera electoral para entrar en las Corts. Perdido el pesebre, la estampida es imparable al PP, que absorbe ese espacio político.

Viaje de ida y vuelta de Miralles

Chiquillo toma las riendas pero el fracaso en las generales de 2000 (57.830 votos, el 2,4 %) y en las autonómicas de 2003 (72.594 sufragios, el 3,0 %, quedando en Valencia ciudad por debajo del Partido del Cannabis) le llevan a tirar la toalla. La nueva dirección afín a él pacta con el PP no concurrir a las generales de 2004 a cambio de que Chiquillo sea senador. Una operación que recuerda a la de Miralles, aunque el pago, convertida UV en un saldo, no será tan elevado.

La militancia castiga el acuerdo y la asamblea derrota la lista en la que se integra Chiquillo y elige a Ballester. El expresidente se va con el acta y acabará integrándose en el PP. Ballester renunciará un año y dos meses después, harto de los conflictos internos, en favor de Miralles. Con éste, UV acudió a las autonómicas de 2007 en un pacto con Los Verdes Ecopacifistas. Obtuvo 22.789 votos. En las generales de 2008 no se presentó y en las europeas de 2009 tocó fondo, con 4.398 votos, el 0,2 %. Miralles ha hecho un viaje de ida y vuelta al PP. En 2003, el colectivo local del PP lo postuló como alcaldable, pero la provincial lo tumbó y se fue a UV para ir como cabeza de lista. Ahora vuelve. Un final, el de UV, muy alejado de aquel "Anem a manar" que prometió Lizondo.