La antigua carretera de Barcelona fue antes el Camí de Morvedre y aseguran algunos historiadores que su trazado coincide con el de la Vía Augusta romana que daba acceso a Valencia. Se puede decir que este camino de 20 kilómetros que empieza en el monasterio de Sant Miquel dels Reis y acaba en el centro de Puçol (por marcarle algún límite a este reportaje) ha sido durante siglos la columna vertebral de l´Horta Nord. Trece municipios de la comarca y una pedanía de Valencia han crecido atravesados por esta vieja vía gracias a la cual han viajado, comido y vivido miles y miles de personas.

Pero hoy en día esta carretera —una especie de Calle Mayor comarcal— presenta cierto aspecto decadente, como si a la columna vertebral le hubiesen diagnosticado osteoporosis, artrosis, hernias y demás. La huerta que sobrevive a ambos lados del asfalto dejó hace tiempo de ser el motor económico de los municipios, y muchas de las fábricas y almacenes que aún no han cerrado se han acabado asentando junto a vías de comunicación más modernas y capaces. En cuanto a las viviendas, los pocos edificios que en los últimos años se han construido junto al vial tienen casi todos sus pisos por vender (a lo mejor es la crisis y no el lugar), mientras que cada vez son más las casas antiguas, de finales del XIX y principios del XX, deshabitadas y cerradas a cal y canto.

Un buen ejemplo de lo que supone la decadencia de la huerta lo da Luis, empleado en una planta de «alquiler de frío» en el tramo de la antigua carretera de Barcelona que une Albalat dels Sorells y Museros. Luis asegura que esto de alquilar frío —es decir, prestar neveras industriales— es consecuencia directa de lo mal que está la agricultura valenciana.

«La empresa comenzó aquí en 1967 cuando se unieron varios agricultores de Museros para hacer una cooperativa y vender sus propios productos. Ahora hemos acabado alquilando neveras para guardar la fruta y verdura que viene de África a través del puerto de Valencia». Dicho mal y pronto, y en palabras de Luis, «estamos saliendo adelante a base de cambiar el chip y bajarnos los pantalones».

De todas formas, algo de huerta queda y da alegría ver el verde intenso de un cultivo de chufas al poco de salir de Valencia o los naranjales resistiendo entre polígonos industriales de Rafelbunyol, el Puig o Puçol. En Albalat, cerca de la última casa junto a la carretera (que aquí se llama Carrer Major y que el ayuntamiento quiere recuperar como tal sacando el tráfico del pueblo) está Vicent, sentado en su moto y esperando a que se hagan las 12 del mediodía y le llegue el agua de la Real Acequia de Moncada para regar un campo de sandias que no es suyo.

«Soy de Foios y tengo 62 años —se presenta Vicent—, y así, regando, me voy sacando un jornal hasta que me jubile dentro de tres años. Por aquí todavía quedan huertas, pero cada vez hay menos porque la naranja ya no la pagan como antes».

Mal asunto éste el del precio de la fruta, entre otros para los más de cien inmigrantes ilegales que malviven entre las basuras y escombros del antiguo cuartel militar de Bonrepòs i Mirambell. Al igual que Vicente, la mayoría de estos inmigrantes —principalmente los africanos— solía sacarse un jornal como temporeros en las explotaciones agrícolas de la zona. «Ahora no pagan, no pagan», lamenta uno de ellos mientras llena una garrafa de agua en la fuente raquítica que suministra a los habitantes del cuartel.

Empresas, bares y futbolistas

Frente a las instalaciones militares de Bonrepòs, pero en término de Almàssera y a la sombra de la vieja Creu del Carraixet, está una de las grandes empresas que aguanta junto a la carretera de Barcelona. En 1968 el «almasserenc» Ricardo Císcar fundó en este lugar la marca Dacsa, con el objetivo de producir sémolas de maíz, aunque hoy en día la empresa se conoce sobre todo por el arroz. El granero que da a la carretera sigue siendo una de las cotas más altas de la zona, pero la empresa ya tiene un plan —ahora paralizado por la crisis— para trasladarse a un polígono industrial fuera de la comarca.

Dacsa no es la única marca conocida que creció entre los 60 y 70 al albur de esta carretera estrecha y de dos carriles. En Tavernes Blanques —aquí el vial pasa a llamarse Avenida de las Corts Valencianes— montaron en 1959 su primera fábrica los hermanos Lladró. Con el tiempo y el éxito internacional de sus figuras, la planta se les quedó pequeña y fundaron la Ciudad de la Porcelana en la otra punta del municipio.

Antonio Gil se acuerda mucho de aquella empresa y de otras que ya no están en Tavernes y que este restaurador cita de carrerilla: Oscar Mayer, Estellés, La Blanca, El Siglo, La Casera, el Matadero Riojano... Sus empleados eran clientes del Hostal Restaurante Abelardo, abierto todavía junto a la carretera y llamado así porque uno de los dos socios fundadores fue el portero de aquel Valencia CF que ganó la liga en 1971. El otro socio era el padre de Antonio, quien muestra orgulloso una foto del día de la inauguración del establecimiento en la que sale él de bien pequeño, Abelardo, Claramunt y Di Stéfano con el cigarrillo entre los dedos.

«Mi padre le llevaba a Abelardo la carne al entrenamiento —Tavernes fue durante décadas conocida por el gran número de ganaderías que tenía— y así se hicieron muy amigos. Él tenía ganas de invertir el dinero que ganaba y mi padre le dijo que conocía un bar que iba a cerrar. Se lo quedaron y montaron éste que ahora llevó yo».

Los actuales clientes de Hostal Restaurante Abelardo son los comerciantes de la zona y los trabajadores de las cuatro o cinco oficinas bancarias que hay junto a la carretera. No en vano, el vial sigue siendo el eje vertebrador y comercial de Tavernes, al igual que lo es de Massamagrell, la Pobla o Puçol.

Justo en el lugar donde está ahora el Abelardo, cerró hace poco más de cien años una cerería. Uno de sus trabajadores creó a unos 300 metros de allí, también junto a la carretera, su propia fábrica de cirios. Hoy en día, el nieto de este emprendedor sigue haciendo cirios casi de la misma forma artesanal con la que los hacía su abuelo. Juan Carlos Felipo, un apellido imprescindible en cualquier procesión valenciana que se precie, celebrará el próximo año el centenario de la empresa, sin haberla movido de la misma casa de pueblo donde se fundó.

A pesar de su antigüedad, Juan Carlos asegura que el negocio no le va tan mal, gracias sobre todo a restaurantes de postín y locales nocturnos que siguen la moda adornar sus mesas con velones de diseño. «En cambio en las iglesias cada vez compran menos cirios porque se quejan de que el humo enmascara las paredes».