Ni más es mejor, ni se trata de valorar al peso, ni tienen la misma dinámica parlamentaria el partido en el Gobierno que el que fiscaliza al Ejecutivo. Pero sí que es un indicador del trabajo de sus señorías el número de iniciativas y el total de intervenciones que han realizado los 33 diputados valencianos que han terminado la legislatura. El balance es discreto.

Corría el 20 de noviembre de 2008 y, mientras la mayoría de valencianos trabajaban, dormían, duchaban a los niños o perdían el tiempo, el diputado socialista por Valencia Ciprià Ciscar se levantó de su escaño en el Congreso para formular, en tono solemne, la única pregunta oral ante el pleno que iba a realizar en los tres años de legislatura: «Me gustaría conocer qué valoración hace el Gobierno de la próxima visita del vicepresidente electo de los Estados Unidos a nuestro país». Mucha conexión con los valencianos que le votaron no tenía la pregunta, pero Ciprià (que es verdad que ha sido presidente de la Comisión de Defensa) ya no preguntó más.

¿Sorprendente? No tanto. Trece de los 33 diputados de la Comunitat Valenciana, es decir el 40%, han preguntado una o ninguna vez ante el pleno del Congreso en la legislatura que ha concluido esta semana. Este escaso protagonismo en la vertiente dialéctica ha estado acompañado en muchos casos por un desentendimiento de la comunidad en la que habían sido elegidos. Por ejemplo, el diputado cunero del PP Ignacio Uriarte. Empadronado políticamente en Valencia pero madrileño de los pies a la cabeza, Uriarte ha tenido cierta querencia por la Comunitat Valenciana en sus preguntas escritas, pero en lo importante, como en las proposiciones no de ley, no ha dudado en preocuparse mucho más por cuestiones como «las medidas encaminadas a facilitar la canalización de la ayuda humanitaria en Cuba, que permitan a sus habitantes hacer frente en mejores condiciones a los graves destrozos ocasionados por los huracanes Ike y Gustav».

En la misma línea de escasa reivindicación autonómica ha destacado el popular Ignacio Gil Lázaro, el diputado que ha acribillado al ministro del Interior con decenas de preguntas sobre el caso Faisán. Aparte de las cuestiones orales que cobraban fama por la tele y la radio, Gil Lázaro ha llevado su preocupación por el Faisán a buena parte de las 1.944 preguntas escritas que ha acumulado en su haber.

El truco de las preguntas escritas

¿1.944 preguntas escritas? Tampoco esto es una hazaña. Lo supera el diputado por Castelló Miguel Barrachina, que ha logrado registrar en tres años 2.790 preguntas (más de dos por día). Él ha sido el diputado valenciano de los récords: 11 preguntas orales, 229 cuestiones ante una comisión y 273 intervenciones en total. Pero ojo con las preguntas escritas, que llevan trampa. Muchas veces son simples modelos prefabricados de pregunta en los que el diputado apenas interviene más que para estampar su firma.

De otra forma no se entiende que la diputada del PP Inmaculada Bañuls presentara más de 200 preguntas el 20 de noviembre de 2008. Ahora viene el truco: la primera pregunta era: «Número de delitos cometidos por menores en el municipio de Ademuz durante el año 2007». Luego venían Ador, Adzeneta d´Albaida, Agullent… A cada población valenciana le correspondía una pregunta. Así se hincha el balance final. En su caso, asciende a 1.536 preguntas escritas… pero ninguna oral ante el pleno.

Pese a todo, hay diputados a los que no les preocupan las cifras. Sería el caso de la socialista valenciana Margarita Pin, veterana parlamentaria con escaño en cuatro legislaturas. En los once meses que ha permanecido en la Cámara Baja (entró de suplente), Pin ha cursado cero preguntas orales, cero preguntas escritas y cero intervenciones.

Otro veterano del Congreso con poca participación ha sido el diputado alicantino Francisco Vicente Murcia. En su quinta legislatura como diputado, ha tenido 11 intervenciones (entre ellas, en dos proposiciones de ley sobre el síndrome post-pollo o la tarjeta sanitaria en braille) y sólo ha formulado una pregunta oral en el pleno.

En estos casos, la veteranía o el desgaste pueden explicar la baja actividad parlamentaria más allá de hacer bulto o pulsar el botón que ordena el presidente del grupo parlamentario a la hora de las votaciones. En otros casos, el pluriempleo tal vez sea la pista correcta. Sería el caso de Adela Pedrosa, la antigua secretaria general del PPCV, que ha compaginado su escaño en el Congreso con la alcaldía de Elda. Resultado: en Elda ha sido reelegida alcaldesa, pero en el Congreso ha pasado sin pena ni gloria: 11 intervenciones, y la última de ellas (una proposición no de ley) fue hace dos años para interesarse por la aplicación del plan de ayudas al calzado.

Después están los diputados-relámpago, cuyo contrato de cuatro años con los electores se rompió pronto y no dio tiempo para más. Como Jordi Sevilla, el número uno socialista por Castelló sólo retuvo 17 meses el escaño y se quedó con una sola intervención. El popular Carlos Murria, con diez meses en el escaño, sólo ha tenido tiempo para realizar preguntas escritas (con interés local) del tipo «principales puertos, aeropuertos y puestos fronterizos por carretera por los que entra en nuestro país la trufa fresca importada procedente de la República Popular China».

Respecto a los diputados estrella que iban en las listas, muchos han terminado siendo astros fugaces. De la Vega, Juan Costa, Michavila, Bernat Soria… y así hasta diez diputados electos (casi un tercio del total) no han terminado la legislatura en su escaño y han tenido que ser sustituidos. Otros sí que han aguantado, y con alta participación como Federico Trillo (56 intervenciones) o Joan Calabuig (78). Pero, por lo general, más que remitir a la retórica y dialéctica de la Grecia clásica asociada a los políticos, los diputados valencianos han recordado a aquel seudónimo de Mariano José de Larra: El pobrecito hablador.