«A la tardor el dia porta espardenyes», dice con razón el refranero valenciano. Con el equinoccio de mañana, la jornada en la que el día y la noche duran lo mismo, comienza el otoño astronómico y entramos en la época del año en que la longitud del día se acorta más rápidamente. A nuestra latitud, el Sol saldrá por las mañanas cada día un poco más tarde y se pondrá antes, con lo que las horas de sol se reducirán en casi tres minutos al día.

Esto se debe a la inclinación del eje de la Tierra con respecto al plano de la órbita elíptica que describe el movimiento de traslación de nuestro planeta al girar alrededor del Sol. Por esta razón existen dos días al año en los que las horas de luz y de oscuridad son iguales (equinoccios), y otros dos en que las diferencias son máximas (solsticios). Así, en el hemisferio norte, el solsticio de invierno es el día más corto, y el de verano, el más largo.

Los efectos de la inclinación del eje terrestre, que también es el origen de las estaciones, son más acusados cuanto más lejos se esté del ecuador. Por eso, en los polos se llegan a tener 6 meses de luz y 6 meses de oscuridad.

Los equinoccios también son los únicos dos días del año en que el Sol sale exactamente por el este geográfico y se pone por el oeste. Los 23,5º de inclinación del eje de la Tierra hacen que tras el equinoccio de otoño de mañana, en nuestro hemisferio, el astro rey comience a salir y ponerse cada vez más hacia el sur, con lo que al hacer un recorrido más corto las horas de luz disminuyen hasta que el solsticio de invierno (21 de diciembre) nos deje el día más corto.

Entonces, el día dejará de llevar alpargatas y empezará a comerle terreno a la noche. Al ascender en latitud el «camino» del Sol, las horas de luz aumentarán cada vez más rápidamente, hasta que vuelva a situarse en la vertical sobre el ecuador celeste el 20 de marzo de 2013, durante el equinoccio que da paso a la primavera. En este punto, el Sol empezará a salir y se ocultará más hacia el norte, por lo que su recorrido será más largo y habrá más horas de luz hasta que el solsticio de verano, el 21 de junio, marque el día más largo y vuelta a empezar.

Efectos sobre el reloj biológico

En este tránsito de casi 90 días entre el equinoccio que trae el otoño y el solsticio que inaugura el invierno, a una latitud como la de Valencia, se perderán 2:37 horas de luz solar. Es decir, que mientras mañana disfrutaremos de 12 horas de sol, el 21 de diciembre sólo tendremos 9:23 horas. Este triunfo de la noche sobre el día condiciona los ritmos de nuestro reloj biológico. El catedrático de Anatomia i Embriologia Humana de la Universitat de València, Francisco Martínez Soriano, señala que «la reducción de horas de sol que se produce en otoño hace que la glándula pineal del centro de nuestro cerebro genere más melatonina y, por tanto, disminuya nuestra actividad».

La melatonina, continúa, «es la hormona encargada de regular los ciclos de actividad de nuestros órganos». La fabricación de esta sustancia inhibitoria —a más melatonina menos actividad—, esta ligada a nuestros dos grandes relojes biológicos, el núcleo supraquiasmático, que al estar encima del nervio óptico es el primero que detecta la luz, y la glándula pineal con la que está interconectado.

La secreción de melatonina por la glándula pineal, «que a través del hipotálamo y las plaquetas llega a todos los órgano, está regulada por ritmos pulsátiles de minutos, horas, meses o días, como el circadiano que marca el ciclo de vigilia y sueño». Por todo esto, añade Martínez Soriano, «en otoño, al acortarse los días, baja nuestro metabolismo, nos mostramos menos activos y hasta nos cambia el humor». De ahí la languidez y la tristeza otoñal.