Hay personas que exigen a Podemos que publique su programa electoral. Y no hay que hacerlo, porque Podemos ni tiene ni necesita programa electoral para arrasar, porque su arraigo popular radica en el mismo que tiene el Betis. Simplemente es un sentimiento y eso es lo que más fuerza da a un movimiento o a una propuesta. Es un impulso poderoso aunque ciego, algo muy difícil de lograr en la vida y mucho más en política. Y que no necesita ni de argumentos ni debates ni programas para irse alegremente anestesiados tras ellos

«Viva el Betis man que pierda», ese el secreto del mensaje electoral de Podemos. Es algo así como trasladar hasta el colectivo votante, la idea de que al fin se ha logrado un levantamiento posible contra aquellos políticos, instalados invulneradamente en los círculos del poder durante más de tres décadas y en el coche oficial, sin hacer caso de nadie y sin preocuparse de nosotros. Y esa imagen de Robin Hood es arrolladoramente rentable para los que no tienen nada y viven agobiados en la desesperación. De momento hay cinco millones de parados que ven en ellos la solución a sus problemas. Y otros tantos con hipotecas que esperan ilusionados que los nuevos políticos se las quiten. A ver quién les va a ofrecer más, porque de los otros ya han conocido las consecuencias

Y ese es el difícil trabajo que tienen los partidos políticos para ir quitando votantes a Podemos. Nada menos que el de despertarles de su sueño sentimental, cargado de esperanzas y ver a corto plazo el ajusticiamiento de los políticos tradicionales a los que atribuyen todas sus penas, en una destroza electoral sin paliativos.

Digo que lo tienen difícil, porque es un arma explotada hasta la saciedad por muchos partidos regionalistas que han conseguido convertir a su ideario en un sentimiento que conmueve a las personas y hasta las enajena ante los hechos más radicalmente cartesianos. Cuando hablan sus sacerdotes, las calles enloquecen, las banderas vuelan al viento y los himnos emborrachan a las multitudes que pueden ser llevadas al fracaso más rotundo, contentas y satisfechas.

Al ver la eclosión de Podemos me he acordado del Mayo del 68 que circunstancialmente viví en Paris. Es la misma adhesión. Es la misma confianza que despertaban sus líderes. Es el despertar de generaciones que piden transformar la sociedad y alcanzar más y más derechos.

Nosotros no lo vivimos por la dictadura, aunque alguna convulsión le costó el cargo al Ministro de Educación, pero la llamada de la Beat Generatión, saltó a Viet Nam, Moscú, Israel, Alemania, Francia, Austria, Senegal, México, Praga y Varsovia, incluso llegó a Suiza, llenando el mundo de tumultos juveniles en busca de nuevas formas de vida. Bob Dylan, Los Beatles, Joan Baez y Janis Joplin, con aquellas consignas de «Prohibido prohibir», «La imaginación al poder», «Cuanto peor mejor», «Haz el amor y no la guerra» y tantas otras.

Han pasado los años y cabe preguntarnos qué cambio se produjo con aquellos líderes que ahora son los que nos gobiernan. Que fue de los hippies, de los rebeldes de Berkeley y On de Road y los demás personajes de los setenta. Y de los europeos de extrema izquierda. ¿Fueron al basurero de la historia o mejoraron nuestras vidas? Tal como estamos hoy no es para encontrar algo positivo de su esfuerzo.

Pues con Podemos pasará igual. Servirá para que ellos se puedan introducir en la deseada «casta» y dejando una caterva de desencantados y fanáticos a partes iguales, como pasa en todos los partidos. Unos los criticarán y otros los mantendrán en el poder a su debido nivel. Pero entonces habrán perdido ya ese encanto oculto del sentimiento.

Aunque ya empiezan a tener problemas de dinero y eso que aún no han tocado poder. Resulta que a su comienzo están como Jordi Pujol en su final, regularizando sus cuentas con hacienda. O sea que comienzan por el final y eso para valorarlo y no para admirarlo sentimentalmente

Y es que al final «La veritat sura?».