«Siempre seré fiel a esa idea de fidelidad a Franco». En una de sus últimas entrevistas, concedida a Levante-EMV, Ignacio Carrau (Valencia, 1923), no tenía pelos en la lengua. Con 88 años, y habiendo protagonizado el tardofranquismo, la Transición y los conflictos identitarios en Valencia, Carrau, que falleció el pasado sábado a los 92 años, estaba de vuelta de todo. Con él desaparece uno de los últimos fieles al dictador pero también una de las voces más claras que desde la derecha y un reconocido catolicismo reivindicaba, siempre que podía, la necesidad de un valencianismo potente también en la derecha.

Su funeral se celebrará hoy a las 15 horas en la parroquia de San Valero. Su final no podía ser en otro sitio. Fue presidente de la asociación de juristas Cavallers Jurats de Sant Vicent Ferrer y de la Cofradía del Santo Cáliz, y en 2003 recibió la encomienda de la Orden de San Gregorio Magno del papa Juan Pablo II a petición del entonces arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco. Carrau, casado y padre de seis hijos, recibió la condecoración en reconocimiento a su «larga trayectoria de laico cristiano comprometido, cuya fe y amor a la Iglesia ha orientado toda su vida, como universitario en su juventud, y, luego, en su vida profesional, cultural, política y religiosa», según explicó ayer el Arzobispado.

Carrau llegó a la diputación en 1974, cuando la junta del Colegio de Abogados lo presentó como candidato a diputado provincial en su representación. Un año después el entonces presidente, Salvador Escandell, fue nombrado gobernador civil de Las Palmas, por lo que había que elegir otro presidente.

Fue Carrau, pese a que él aseguraba, en su más reciente entrevista en este diario, que ni siquiera se postuló: «Me fui a Bronchales a veranear». Desde que abandonó el ente en 1979, volvió a la abogacía.

No dejó de lado sus ideas políticas. Militante anticatalanista, Carrau aseguraba que lo que enseña en los colegios «será chino, pero valenciano no es». Siempre alabó, del franquismo, que estableciera la libertad religiosa y no afeaba a la dictadura que el valenciano no se enseñara en las escuelas porque «la sociedad no lo requería».