La estadounidense Lindsay Rubincam contagia su pasión por los mamíferos marinos cuando cuenta cómo comenzó a amarlos. Fue gracias a Jacques Cousteau, que a bordo de su inolvidable Calypso acercó la fauna de los siete mares a millones de hogares de todo el mundo. Y, sobre todo, a través de la serie de televisión Flipper, el delfín fabuloso, que se emitió en EE UU entre 1964 y 1967, y que todavía le sigue iluminando la cara cuando imita la sonrisa de aquel cetáceo.

En los ojos de Rubincam, una de las mayores especialistas mundiales en el entrenamiento y cuidado de mamíferos marinos, sigue nadando aquella niña de Filadelfia que con 5 años soñaba con hablar con delfines y orcas. «Tenía la habitación empapelada de pósteres de delfines», revive con emoción.

Desde hace dos meses y medio está al frente del equipo de 23 entrenadores que cuida de los 13 delfines mulares, las dos belugas, leones marinos, focas y morsas del Oceanogràfic. Tras 26 años trabajando con mamíferos marinos en los principales acuarios de EE UU y Europa, aterriza en Valencia con la mochila llena de innovadoras técnicas de entrenamiento basadas en la cercanía con los animales y la búsqueda de su bienestar.

Recuerda como si fuera ahora el día en el que decidió que quería trabajar con mamíferos marinos. «Fue una visita familiar a SeaWorld la que reforzó mi idea de que una "relación" con estas criaturas era posible». Cuando preguntó a los entrenadores de orcas de este parque marino qué debía estudiar para ser como ellos admite que le sorprendió su respuesta: «Psicología». Hoy comprende por qué se valoran estos estudios a la hora de comunicarse con los cetáceos, pues «hay muchas cosas en común entre el comportamiento de estos animales y en el de los seres humanos».

Activista de los animales

«A partir de mi carrera profesional en SeaWorld como entrenadora de orcas, empecé a entender la importancia de mi papel también como activista de los animales», dice. En este sentido, subraya la importancia «de educar al público, inspirar a las mentes jóvenes mediante la generación de recuerdos emotivos». De ahí, que la nueva propuesta del delfinario del Oceanogràfic arranque con una simulación del rescate de un delfín varado en la playa.

«Ante la presencia de un mamífero marino en problemas: llame al teléfono de emergencias 112, cúbralo con una toalla mojada para mantenerlo húmedo y evitar que gane temperatura, y no tape el espiráculo, que es el orificio por donde respira», dice una de las monitoras mientras otro de los entrenadores muestra a un niño del público como cuidar a Neptuno, el delfín al que ha enseñado a estar quieto sobre el borde de la piscina.

Y es que en los tres pilares „investigación, educación y conservación„ sobre los que descansa el Oceanogràfic desde que en junio pasado asumiera su gestión el consorcio internacional Avanqua liderado por Aguas de Valencia y el Acuario de Vancouver (Canadá), los entrenadores son una pieza clave en el papel de «embajadores de los animales», apunta Rubincam.

«Tengo la esperanza de ser capaz de animar a otros a través de mi propio ejemplo, utilizando nuevas técnicas de entrenamiento y con un mejor conocimiento de los mamíferos marinos, para que se incrementen los estándares en cuanto a su cuidado y exhibición», subraya.

Para lograr este objetivo, la metodología de Lindsay, según sus palabras, se basa en «ciencia y corazón, en ser capaz de crear un vínculo emocional con cada animal, conocer sus preferencias, saber lo que le divierte, su papel dentro del grupo, entender lo que quiere y generar un lazo de confianza por el que él comprenda que siempre vas a procurar su bienestar».

«Esperar lo inesperado»

Se trata, prosigue, de «crear un espacio común en el que seres de diferentes especies sean capaces de comunicarse». Y a partir de aquí, «esperar lo inesperado», dice con una gran sonrisa mientras recuerda la experiencia única que vivió cuando era entrenadora de orcas en el acuario de Antibes (Francia).

«Estaba jugando con una orca que tenía un bebé a que me trajera cosas, al pequeño no se le podía entrenar porque todavía era lactante y, por tanto, no servía el refuerzo positivo de darle un pescado», cuenta. Entonces se le ocurrió en el lenguaje de signos que utilizaba para comunicarse con la orca pedirle que le trajera el bebé, al que identificaba juntando los dedos índice y pulgar de sus manos formando un rombo. «Entonces tendí las dos palmas de las manos esperando que tanto la madre como el bebé las tocaran con su hocico», apunta.

Todavía se emociona al contar cómo la madre con sus movimientos empujaba a la pequeña orca hacia su mano. Al ver que era la madre la que enseñaba a su hijo, le hizo el gesto que usaba para que diera un salto pero haciendo el símbolo del bebé. «Yo no le había enseñado a saltar, pero lo hizo gracias a la comunicación madre-bebé», añade.

Por eso, Rubincam, sostiene que para enseñar a los animales «hay que trabajar con el corazón». Aunque, a su juicio «no hay nada erróneo en recompensar al delfín con un pescado cuando hace lo que le pedimos», pide ir más allá. «Tenemos que abrir más opciones, aprender lo que le gusta a cada animal, sus juguetes favoritos, dónde prefiere que le acariciemos, al lado de que compañero está más a gusto».

De ahí su interés por que los entrenadores «rompan la distancia con los animales». «Ser entrenador-cuidador debe ser algo vocacional, una pasión que nace del amor a los animales», concluye.