Por donde antes circulaban trenes, hoy solo quedan ruinas. El esqueleto desvencijado de una vía férrea en desuso que afea un marco paisajístico envidiable en la confluencia entre la Costera y la Ribera Alta. 11 kilómetros de infraestructura abandonada, deteriorada y saqueada desde que los convoyes dejaron de recorrerla a diario, hace siete años.

Hoy, la antigua línea Xàtiva-Manuel es el escenario de una batalla de tantas otras. Una guerra administrativa que libran estos dos ayuntamientos y el de la Pobla Llarga, con el soporte logístico de las conselleries de Infraestructuras y Medio Ambiente, para transformar el trazado en una vía verde. El enemigo de esta entente municipal y autonómica es común y tiene rostro de gigante estatal. Adif, como propietaria, exige un canon a cambio de la cesión de los terrenos y bloquea el proyecto encaminado a revitalizar el tramo. Infraestructuras se ha comprometido a diseñar y ejecutar un corredor orientado a peatones y ciclistas que ayudaría a vertebrar el territorio y a completar la oferta de ocio y turismo. Antes, sin embargo, sus responsables han de negociar con el organismo dependiente del Ministerio de Fomento una salida satisfactoria que se antoja complicada. «No es justo. Es intolerable que exijan que paguemos cuando ellos no hacen un mantenimiento apropiado», se queja la regidora de Xàtiva Pilar Gimeno, que ha desempolvado la iniciativa medioambiental, largamente reivindicada y atascada desde 2009.

Sus atractivos conceden al trazado méritos más que suficientes como para convertirse en un espacio destinado al excursionismo y el ocio: la frondosa vegetación de ribera que jalona el paso del río Albaida por la Torre d'En Lloris; el Carraixet, el bosque mediterráneo, las amplias extensiones de naranjos... La ruta, recorrida cada fin de semana por senderistas y cazadores pese a lo precario del camino y el riesgo que entraña en algunos puntos, une dos comarcas y dos ríos de natural belleza: el Cànyoles y el Albaida. Desde la intersección de la vía libre de tráfico con la variante de Manuel, un kilómetro del trazado discurre por la periferia de Xàtiva, sus polígono industriales y una huerta consagrada al ajo tierno. Una vez superado el hospital Lluís Alcanyís, el recorrido comienza a adentrarse en la naturaleza. Pasa por encima del cauce del Cànyoles, que más delante se fundirá con el Albaida, y se dirige hacia el Carraixet, zona de segundas residencias al otro lado de la montaña. Pinadas, huertos y naranjos pueblan esa franja. Ya en Manuel, antes de disfrutar del encanto de les Salines, el viejo puente de hierro sobre cinco pilares de sillería constituye un magnífico mirador fluvial. Más adelante, la ruta se encajona entre las casas de la localidad para luego abrirse paso rumbo a la Pobla Llarga.

Riqueza de fauna

La zona de confluencia entre los dos cauces más característicos de la Costera presume de una gran riqueza de flora y en fauna, además de ser un espacio de tránsito de las aves que, por la mañana, se desplazan al embalse de Bellús y, por la noche, acuden al Cànyoles. El biólogo Salvador Argente destaca la gran variedad ornitológica de este último río, donde el excursionista puede avistar una amplia gama de garzas, incluida la imperial. Los mamíferos, en cambio, no suelen proliferar, por la proximidad de las carreteras.

Aunque la caña ha invadido prácticamente todo el cauce y ha arrinconado a muchas especies, el Cànyoles surte de abundante materia prima a los artesanos de la enea en la Costera. Se trata de una de las pocas plantas que sobreviven. La ausencia de arbolado convierte el trayecto en poco recomendable en verano, por la falta de sombra. Argente señala el paraje como parada obligatoria para el estudio y el conocimiento de la fauna del territorio: un aula de la naturaleza sin puertas y a cielo abierto.