Sólo el 11,5 % de los reclusos de las cárceles españolas participa en alguna actividad educativa: cursos reglados, talleres o terapias. Lo advierte Fernando Gil Cantero, profesor de la Universidad Complutense que presentó ayer en el congreso sobre Filosofía de la Educación un aspecto poco tratado: la educación entre rejas. Sostiene el profesor Gil Cantero que no se incentiva lo suficiente que los reclusos estudien. Él considera que es una clave para su proceso de reinserción. «La idea no es que un sujeto decida no robar ni asesinar porque el Código Penal se lo prohíba, sino porque asimile la necesidad de respetarnos unos a otros. Y la educación es lo que permitiría adquirir unos valores para elegir libremente no volver a delinquir. Hay que superar la mentalidad de que la prisión es sólo el castigo de privación de la libertad durante un tiempo. La otra finalidad de la estancia en la cárcel es la reeducación. Por eso debería apoyarse más que se estudie dentro», defiende.

Hace años, dice, había un beneficio en la reducción de condenas por el hecho de estudiar y realizar actividades. Ahora no. «Hay recompensa penitenciaria, pero no incluye reducción de condena. Sólo, como mucho, el adelantamiento de la libertad condicional. Hay menos motivación para que los internos estudien», afirma.

Gil Cantero lamenta que se debe a motivos económicos: se invierte mucho en seguridad e infraestructuras, poco en educadores. También a causas políticas: es un tema espinoso ante la opinión pública. Se fía todo al castigo. Impera el estómago: que paguen por lo que han hecho, que se pudran dentro. El precio, muchas veces, es la reincidencia.