«Prepararemos una gran fiesta para los niños en la que les ofreceremos un plato de sopa caliente lleno de carne y les regaláremos ropa...» Esta es la carta a los Reyes Magos que ha escrito el padre Ibrahim Sabagh, el fraile franciscano que dirige la parroquia de San Francisco de Alepo, en la parte occidental de esta ciudad siria que tras seis años de asedio y bombardeos está a punto de caer bajo el control del régimen de Al Assad.

Así se lo ha contado Sabagh, nacido en Damasco hace 45 años, a los más de 500 alumnos del Colegio Sagrada Familia-Patronato de la Juventud Obrera (PJO) de Valencia con los que en la mañana de ayer conversó desde Alepo durante más de una hora a través de internet. Este colegio concertado de Benimaclet, con 1.200 alumnos, ha iniciado una campaña de solidaridad con los niños de la ciudad siria que ha arrancado con esta videoconferencia en el que el alumnado desde 5º de Primaria hasta 2º de Bachillerato ha cambiado sus libros por la lección de solidaridad y humanidad del padre Ibrahim.

«Las condiciones de vida en Alepo no son humanas, pues desde hace tres años y medio vivimos con gran dificultad. No hay agua corriente, y la gente ha vuelto a reabrir los pozos donde sacan el agua con mucha fatiga, tampoco hay electricidad y se vive casi a oscuras. Hay generadores esparcidos por las calles, donde el que puede pagar compra luz, pero ni siquiera le sirve para que funcione la nevera».

Esta conexión con Alepo ha sido posible gracias a la amistad del director del PJO, José Luis Ferrando, con Sabagh, al que conoció cuando formaba parte de la comunidad fransciscana de Jericó, en Palestina.

En la ciudad sitiada, que tenía 3,5 millones de habitantes antes de la guerra, apenas viven ahora poco más de un millón de personas. «Los que se han quedado son los más pobres, ancianos enfermos solos porque sus familias no han podido cargar con ellos y muchas madres con niños, porque los maridos han partido a buscar otra vida mejor para todos. Tampoco quedan jóvenes, pues se han ido porque tienen miedo que el ejército los reclute», relata.

La carestía es total en cuanto a productos de primera necesidad y medicinas. «El 85 % de la gente no tiene ningún empleo y por tanto no entra dinero en sus casas». «La carne, la leche, el queso o el aceite son un sueño», añade. «La familias ni siquiera piensan en comprar ropa a sus hijos porque no tienen para darles de comer», lamenta. La malnutrición, junto a que «no hay servicios médicos y la gente no tiene dinero para medicinas, hace que enfermedades leves se conviertan en graves y te lleven a la muerte».

Escudos humanos

A todo esto se suman las bombas, «que caen sobre la gente inocente, especialmente sobre hospitales y escuelas. Gente desarmada está siendo utilizada como escudos humanos», describe. Explica que visto como «un misil de 9 metros ha tumbado en un instante un edificio entero en el que dormían muchas familias con niños, enterrándolos vivos bajo los escombros». «Tanto sufrimiento y temor -prosigue- llevan a la gente a una desesperación que les daña el corazón», dice cuando alerta de los trastornos psicológicos y depresiones que padecen los niños.

El panorama de los que han logrado escapar tampoco es muy alentador. Cuenta que dos tercios de los feligreses de su parroquia han huido de Alepo. «Ahora viven en otras partes de Siria o en campos de refugiados, algunos se han ahogado en el mar y otros han caído en manos de los piratas».

Señala que la parroquia está abierta las 24 horas al día para ayudar a los más necesitados, sin mirar si son cristianos o musulmanes. «Mi servicio pastoral se ha convertido en humanitario, pues es imposible hablar de Jesús sin ayudar a los demás», subraya.

De este modo, su devenir diario es el del «milagro de los panes y los peces»: estirar al máximo todo el dinero que logra a través de 24 proyectos solidarios para lograr paquetes de raciones de subsistencia, medicinas, pañales para bebés...

El padre Ibrahim da las gracias a los maestros que aún mantienen abiertas las escuelas, aunque muchos padres no llevan a los niños porque tienen miedo que bombardeen los colegios. «Tanto miedo a que caigan bombas en las escuelas es una tortura para padres y niños», cuenta. Los que van al colegio, dice, «llegan cansados porque no duermen por las noches por miedo a las bombas». Además, tienen que dar todas las clases seguidas una detrás de otra, sin recreo ni Educación Física, porque no pueden salir al patio por si hay bombardeos.

El PJO ha abierto una cuenta bancaria solidaria con Alepo, en la que ya ha recaudado 2.000 euros, que se puede consultar en la web del colegio (fundacionpjo.es) y en los villancicos del último día de clases antes de Navidad propone una colecta en la que recaudar al menos un euro por alumno.