Marcelino Olaechea, o «don Marcelino», fue conocido en Valencia con el cariñoso apelativo del «arzobispo tombolero» por organizar la Tómbola Valenciana de Caridad. Esta iniciativa llegó a recaudar hasta 300.000 pesetas diarias entre 1948 y 1954 y nutría de dinero al Banco de Nuestra Señora de los Desamparados, entidad coordinadora de las obras sociales de la Iglesia y que financió al Patronato de Nuestra Señora de los Desamparados. De ahí salieron las viviendas sociales construidas. En total, y hasta el año 1969, fueron 1.509 las viviendas sociales levantadas por este patronato. El barrio de San Marcelino en Valencia debe su nombre al obispo. Pero las casas sociales también se construyeron fuera de la capital, con un total de 405 viviendas en Polinyà de Xúquer (24 pisos), Sueca (22), Serra (11), Catarroja (8), Torrent (144), Benissa (50), Villanueva de Castellón (30), Carcaixent (36) y Xàtiva (80).
Su preocupación social le hizo afrontar el grave problema del chabolismo, que condenaba a miles de familias pobres a vivir en chozas, chabolas y cabañas asentadas en el cauce del río Túria: desde Mislata hasta su desembocadura en Natzaret.
Aquella imagen de miseria que se encontró Olaechea al poco de llegar a Valencia en 1946 y recorrer el cauce del río no se le borró de la cabeza. No era extraño en un hombre que, al asumir el báculo y la mitra en la catedral, evitó alusiones a las supuestas grandezas del régimen de Franco, como era habitual en muchos obispos de aquel momento, y que se presentó ante sus nuevos feligreses como un pastor abierto a todos: «A los ricos y a los pobres, a los sabios y a los ignorantes, a los patronos y a los obreros, a las derechas y las izquierdas. Buscamos sólo a Jesucristo», afirmó.
