La preocupación también ha cundido entre los familiares de los ciclistas, especialmente los padres, y un ejemplo de ello es el suecano Julio Sales, de 44 años. Desde hace un mes acompaña a su hijo Marc, de 14 años, corredor amateur, subido a una moto para alertar a los conductores en ruta y así hacer que el chaval ruede más seguro. Lo hace en los entrenamientos, cuando Marc no va con sus compañeros del club, o en las salidas de fin de semana.

Antes salían en bici los dos -Julio también es un gran aficionado al ciclismo e inculcó esta pasión a su hijo-, pero ahora es el padre el que prefiere ir motorizado para protegerle mejor. Va por detrás y con un peto fluorescente. «De lejos los conductores se creen que soy un guardia civil, aflojan la marcha e incluso ponen el intermitente para adelantar», apunta. Mientras «escolta» a Marc también señaliza sus movimientos.

Julio asegura que tomó esta decisión hace un mes impactado por el primer atropello de Oliva, en el que una conductora drogada arrolló a un pelotón de ciclistas en la N-332 con el resultado de tres muertos: «Ese domingo por la mañana estábamos en Dénia mirando una carrera de juniors y por megafonía avisaron de lo que había ocurrido, fue un mazazo». Desde entonces, padre e hijo se ayudan de esta forma. Ayer por la mañana hicieron 60 kilómetros más, esta vez entre Sueca y la zona del Palmar y volver, siempre por vías de servicio. Su caso no es muy habitual, pero tampoco es el único. «Acabaremos viéndolo con mayor frecuencia, sobre todo en grupos de ciclistas adolescentes», vaticina.