El día a día de muchas mujeres que son víctimas de la violencia machista sin saberlo se convierte "en una espiral de sumisión de la que no puedes salir". El acoso psicológico al que las someten sus maltratadores las anula como personas hasta llegar a un punto en el que incluso "llegas a desear que te pegue una paliza para poder denunciar porque no sabes cómo dar ese paso", reconoce Esther (nombre ficticio para preservar su anonimato), quien recuerda la agresión de su compañero como el empujón que necesitaba para romper con este círculo vicioso en el que volvía a perdonarlo una y otra vez. "La paliza fue la única manera de salir de esa espiral, creo que si no fuera por la orden de alejamiento que le pusieron, aún estaría con él", reconoce tratando de mirar hacia el futuro con esperanza y energías renovadas.

Al igual que ella, Sandra y María dieron el paso de denunciar a sus maltratadores y hoy han rehecho sus vidas. Son tres ejemplos de mujeres valencianas que han sufrido los desprecios y el miedo de la violencia machista y han ganado la batalla. Aunque las tres reconocen que no ha sido ni mucho menos fácil y que entienden a aquellas mujeres que se quedan calladas y no denuncian a sus agresores, "porque en verdad estas enganchada a esa persona", "por miedo a que denuncies y sea todavía peor porque a los dos días está en la calle", o por la reacción familiar, "no quería que se enteraran de todo por lo que había pasado".

Las tres coinciden en señalar que cuando veían en televisión casos de mujeres agredidas o asesinadas por sus compañeros sentimentales, en ningún momento se plantearon siquiera que ellas también eran víctimas de aquello que escuchaban como violencia machista. "A mí es que nunca me pegó, algún pequeño tortazo pero ya está", justifica Sandra, quien todavía hoy no es del todo consciente de que un tortazo, por leve que sea, o un zarandeo ya es violencia física.

Una llamada al 016

Esther, de las tres la que más reciente tiene en sus carnes la brutalidad del machismo, sostiene que pese a considerarse una persona fuerte, madre soltera e independiente económicamente, su agresor "consiguió anularme por completo". "Era un machaque continuo, pero son cosas muy sutiles, no te das cuenta", explica. "Te dice que si no estás con él no vas a estar con nadie, que debía ir al gimnasio, que no estaba a su altura, …, todo para hacerte sentir que no vales nada hasta llegar a pensar que a lo mejor el problema lo tienes tú", relata esta víctima. "Es más lo psicológico, tienes que vivirlo para poder entenderlo", añade.

Ahora su maltratador está en prisión cumpliendo una condena de cuatro meses por quebrantamiento, pero hasta llegar a esta medida judicial, Esther admite que tuvo que pasar por un calvario y que fue precisamente la paliza que éste le propinó a principios de septiembre en la calle lo que le permitió darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Por fortuna, unos vecinos presenciaron la agresión y alertaron a la policía. "Si no llegan a estar ahí, me abre la cabeza contra la acera", admite Esther, quien le hizo creer a su hija que las lesiones eran por un accidente con la bicicleta.

Su agresor, de nacionalidad colombiana y con otra condena por robo con violencia, llevaba tiempo acosándola después de que Esther decidiera poner fin a una relación de tres años de convivencia. "Yo sólo quería vivir en paz con mi hija". Aunque reconoce que el 28 de agosto llamó al teléfono 016 de ayuda a las víctimas de violencia machista, "donde me dijeron que lo denunciara por maltrato psicológico", Esther admite que nunca se habría atrevido y que tarde o temprano habría vuelto con él como otras veces.

El día de la paliza, que supuso un antes y un después en su percepción de víctima, su excompañero acudió a su casa como otras veces en su insistente acoso, en el que intercambiaba momentos de disculpas y falsas promesas de cambio, con episodios de amenazas y descalificativos. "Yo no quería abrirle, ni iba a bajar a la calle, pero me dijo que se había hecho un corte en los nudillos, y como me conoce, bajé", recuerda Esther. "Una vez en la calle fue más de lo mismo, me machacó diciéndome que yo era la culpable de todo, que buscaba la perfección y que no existe". "Yo miraba al suelo, porque no tenía ya ni ganas de discutir y de repente empezó a golpearme contra la acera". Sus vecinos la salvaron alertando a la policía. "Noté que no llevaba un pendiente, pero no era consciente de lo que había pasado".

"Me compraba con regalos"

María, que empezó a salir con su futuro maltratador cuando apenas tenía quince años, también admite que tenía una venda puesta en los ojos que no le dejaba ver lo que estaba pasando. "Yo pensaba que el empujón, el zarandearte, era algo normal, que pasa en todas las parejas", reconoce. Después de veinte años de relación y dos hijos en común, hace seis que se armó de valor y fue a denunciarlo acompañada de su hermana. "Es muy importante tener a alguien que te apoye", asegura.

"Tenía que hacerlo todo a escondidas, hasta para poder llamar por teléfono y hablar con mi familia", explica de sus años de sumisión. "Luego él me compraba con regalos, era un manipulador". En su caso el detonante para dar el paso fue un día que su maltratador la encerró en casa. Pero incluso cuando fue a la Guardia Civil y éste estaba ya detenido, pidió a los agentes que no pasara la noche en calabozos. Su agresor acabó suicidándose hace dos años después de que su nueva pareja lo denunciara por maltrato. En otros casos el maltratador acaba llevándose antes por delante la vida de su víctima. María reconoce que tuvo suerte de detectarlo a tiempo. Hoy es feliz con su actual novio, aunque admite: "Ahora voy con pies de plomo y quizás soy yo la que castigo mi pareja con mi actitud para que no me vuelva a pasar".