«Cuando es un niño el que quiere bailar se sabe que se va a enfrentar a un sinfín de estereotipos que harán que bailen a escondidas o, en muchos casos, que ni siquiera lo intenten hasta cumplir la mayoría de edad, pero entonces ya es demasiado tarde para que puedan bailar a nivel profesional», explica Mari Cruz Alcalá, quien dirige los cuatro centros de danza en València que llevan su nombre. Según la directora, el apoyo de la familia es fundamental. Si los parientes fallan, los niños se ven abocados a repetir las historias de alumnos como Jose Luis Franco y Ricardo Garcés, quienes no comenzaron a bailar hasta que pudieron acudir a la escuela sin sus padres.

Jose Luis no se apuntó a la academia en la que ella misma bialaba hasta que cumplió los diecisiete años y, aún así, tardó un tiempo en contarle a su familia lo que hacía cada tarde. «Elvira Sanz era su profesora y el día que le presentó a su madre ni siquiera se atrevió a decirle quién era hasta el final y es que la llevó hasta Elvira engañada, creyendo que en realidad era únicamente una amiga», recuerda.

Fue con la mayoría de edad cuando Ricardo Garcés se atrevió a dar el paso. «Él sabía que al comenzar tan tarde no podría dedicarse al ballet de manera profesional, pero es tan feliz bailando que no le importó, siempre me agradeció la oportunidad de formarse, para él era un sueño que llegó a cumplir a nivel semiprofesional en Londres», asegura.

Con Salva García, su hijo, ocurrió al revés. Salva empezó a bailar con cinco años. Él sufrió los insultos y la discriminación de sus compañeros de escuela aunque tenía el apoyo de su familia. Sin embargo, él nunca agachó la cabeza por lo que pudieran pensar.

«Siempre recordaré cuando se acercaron a él para humillarle, pero esta vez Salva se acercó a ellos, hizo un tour en l'air (un giro en el aire) y les invitó a que probasen si eran capaces de repetirlo», cuenta Alcalá.

Mari Cruz asegura que por sus clases ha visto pasar a un sinfín de niños que han tenido que luchar contra la discriminación de quien «desconoce la realidad del sector y la dificultad que en realidad entraña el ballet», señala Alcalá.

Y es que para la directora de la academia todo el sufrimiento de niños como Salva, Leo o Ricardo tiene origen en el deconocimiento del propio ballet: «A día de hoy continua la creencia de que es cosa de 'niñas'. Se cree en el ballet como un mero baile, un entretenimiento fácil que apenas necesita sacrificios. Pero se equivocan. El ballet es arte y esfuerzo».