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Análisis

De la indignación al practicismo

Podemos cumple cuatro años sumergido en un proceso de refuerzo de su estructura municipal para encarar las autonómicas de 2019

Una de las primeras asambleas de Podemos, bajo del puente de la Alameda de València. m. á. montesinos

Resulta complicado encontrar en las hemerotecas una noticia del 30 de enero de 2014 que recoja que nacía en la Comunitat Valenciana un nuevo partido. Aquel día, Pablo Iglesias llenó la sala de actos Joan Fuster de la Facultat de Geografia i Història de la Universitat de València.

Frente al escaso impacto mediático del momento (a pesar de que el líder de Podemos comenzaba a verse paulatinamente en todas las cadenas), el éxito en las elecciones europeas que llegaría tan solo un año después. Y frente a esa gesta, el encaje del golpe de no haber «asaltado los cielos» en las generales posteriores. En la digestión de esto último se encuentra cuatro años y cuatro citas electorales después el partido morado.

Uno de los principales cambios que ha vivido la formación ha sido paisajístico. De reunirse los círculos debajo de puentes (literalmente, y entre otros muchos espacios) a pisar el parquet del parlamento valenciano.

Doce diputados y diputadas ocupan un escaño en las Corts. Entre ellos, Antonio Montiel, exsíndic y exsecretario general valenciano. Otra de las metamorfosis que ha sufrido el partido ha sido precisamente esa, la dirección, que ahora encabeza Antonio Estañ (que en el nacimiento de la formación no vivía en València pero participaba en los círculos de Callosa del Segura, su localidad natal).

Junto a Montiel, otros nombres permanecen en primera línea y otros ya no están, como por ejemplo el de aquellos a los que ganó la secretaría general (José María Copete, Ricardo Antonio Cano o Carmina Ochando). El más sonado, con todo, fue el de Sandra Mínguez.

Una figura referente que bebió del 15M y que estuvo en la comisión técnica que preparó no solo la primera asamblea valenciana sino también la estatal (una de las personas de confianza de Iglesias en la C. Valenciana). Abandonó el partido el pasado verano al sentirse «vacía».

Precisamente ese agotamiento es una de las espinitas que la formación trata de arrancarse, tanto a nivel interno como externo. «Movilizamos a muchísima gente, pero no supimos ordenar todo ese desbordamiento. No teníamos el suficiente arraigo y hacíamos política a la intemperie, sin recursos, sin estructura, sin asesoramiento. Nos hemos dado cuenta de que teníamos mucho frío», cuenta el senador Ferran Martínez, otro de los rostros «primigenios» de Podemos en la Comunitat Valenciana.

El objetivo ahora es volver a entrar en calor. Para ello, la formación se encuentra inmersa en una tarea de vertebración del partido a nivel autonómico en la que busca dinamizar esos círculos que un día, sin más estructura que unas elecciones a la vista, consiguieron ser decisivos para cambiar los mandos de la Generalitat y de decenas de municipios.

«Somos conscientes de que asaltar los cielos será poco a poco, trabajando a diario y dándolo todo. Llegamos para quedarnos», asegura la senadora Pilar Lima. «Necesitamos más arraigo en las comarcas y municipios», añade Martínez.

De aquellas 215 propuestas con las que Podemos se presentó a las autonómicas de 2015 quedan muchas pendientes, aunque la formación ha dejado en la tarea parlamentaria junto con PSPV y Compromís su sello, sobre todo en materia de rescate ciudadano.

Tampoco es lo mismo gobernar que apoyar el gobierno desde fuera. A su favor cuentan con la lentitud del proceso de recuperación económica tras la crisis que encendió la llama de la indignación y la precariedad instalada en la sociedad. En contra, una llama quizá demasiado exhausta.

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