Hace falta muchísimo más que una serie de televisión para acercarse a la verdadera personalidad de un jefe de estado de la magnitud de Isabel I de Castilla. El nuevo libro de Maruxa Duart es el fruto de haberse impuesto ese reto. Por sus más de 400 páginas pasan cientos de referencias históricas a la figura de la reina católica con la finalidad de conformar algo que, finalmente, seguirá siendo imposible: reducir la verdadera personalidad de una monarca que reúne en un mismo juicio calificativos que van de cruel y hasta sanguinaria a sensible o piadosa. La autora de Xàtiva tampoco puede simplificar y resume que Isabel fue «muy exigente consigo misma y con los demás». Un monarca debía infundir terror, sostienen los historiadores. «Pero también han hablado de su ternura», añade. La propia Duart confiesa en las conclusiones de La leyenda de Isabel I de Castilla. Cómo se construye un pensamiento, que hay abundante documentación, ensayos y estudios sobre la reina para seguir sin resolver las contradicciones que se vierten sobre ella. El libro ha sido editado por Indigo & Côte-Femmes Éditions, de París.

Los coetáneos de Isabel de Castilla criticaron «su osadía y altivez por hacer gala de la espada como cualquier gobernante», explica la autora. «Pero esa osadía —admiten los estudiosos— era indispensable para tomar las riendas del gobierno, cosa común por otro lado en cualquier rey», añade. En todo caso, en sus cartas la reina manifiesta estar «en contra de coaccionar o presionar para conseguir cualquier cosa», lo que en cierto modo matiza la visión de autoritaria que en algunas ocasiones sin duda ejercería.

La escritora de Xàtiva sostiene que «la leyenda de Isabel a mi entender se urde con la variada y abundante bibliografía que sobre ella se ha escrito, plena de representaciones que la adjetivan y califican como mujer o gobernante cruel o beata, generosa o tacaña, fanática o piadosa, valiente o sumisa, gobernadora o gobernada, amante o interesada...». Son oscilaciones contradictorias «propias del momento y circunstancia del autor que escribe sobre ella; sobre todo del momento histórico en el que se la concibe, sueña y describe». Y es que según Duart, «hay que tener en cuenta, entre otras cosas, la creencia de muchos de los cronistas de su época, que identificaban a los monarcas como depositarios de lo divino», explica.

En este ensayo sobre la reina católica, Duart señala que las enorme contradicciones que se derivan del estudio, con detenimiento, de la figura de la rena se deben también a que «en esa época las mujeres parecen seres conformados, determinados biológicamente a realizar tareas y ocupar roles, tareas y campos acotados por un orden superior; tipificadas como espíritus soñadores y creativos, elementos esencialmente perturbadores por su condición de salvaguarda de la humanidad, vela y custodia». ¿Es lógico o no que se desencadenen los juicios erróneos o apresurados sobre un personaje tan singular?, cabe preguntarse.

Para abordar tan ingente acopio de datos y manejar semejante bibliografía (más de 200 referencias especializadas entre libros, artículos, biografías o estudios), Maruxa Duart admite que este trabajo que veía la luz a finales de 2016 le ha llevado diez años de dedicación. Eso sí, de manera intermitente. Pero siempre sin largas temporadas sin regresar al estudio de la figura de Isabel, de ahí el efecto liberador que supuso terminar el libro. Análisis tan exhaustivos como los que ha leído Duart para aproximarse con el mayor rigor posible a la vida de Isabel de Castilla le ha llevado a toparse con referencias ya casi clásicas pero también con estudios menos conocidos o muy recientes. Y eso comporta tener acceso a los grandes hitos que jalonaron su reinado pero también a aproximaciones domésticas, como su etapa de instrucción. Así, la autora revela que Isabel estudió «en una escuela primaria donde, según los historiadores, se educaba a niños y niñas por igual. El carácter libre e independiente de la futura reina» quizá tuviera su origen en esa formación en la que no había diferencias, especula Duart.

Sobre las inquietudes llamémosle intelectuales de la reina, Maruxa aporta, entre otros, un interesante fragmento del cronista Hernando del Pulgar, quien recuerda que no sabía latín pero lo respetaba profundamente. Del Pulgar escribe sobre ella: «hablaba el lenguaje castellano elegantemente y con mucha gravedad. La cual, aunque no sabía lengua latina, holgaba en gran manera de oír oraciones y sermones latinos. Porque le parecía cosa muy excelente la habla latina bien pronunciada, a cuya causa estaba tan deseosa de saber, [que] fenecidas las guerras en España, comenzó a oír lecciones de gramática», asegura el autor.

«Inteligente, piadosa...»

«En cuanto a la supuesta beatería» extrema de la reina de Castilla, Duart asegura que un rasgo de carácter tan rígido «supondría una estrechez mental con la que no hubiera podido gobernar ni vivir como lo hizo. Además, de Isabel se dice que tiene ascendencia judía y que se cría y desenvuelve, durante toda su vida, entre asesores, amigos, médicos; personajes heterogéneos con credos y culturas distintas. Sus confesores son conversos», agrega. Sin embargo, la persistente contradicción en la que queda abocado todo análisis sobre la figura de Isabel es, en ocasiones, menos oscilante. Y «desde la modernidad, Julio Baldeón Baruque» —según reseña Duart— «dirá que sus más excelentes cualidades son la inteligencia, la sensibilidad y la piedad».