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Cervino o la luz de las «pepitogrillo»

Q uan ho diuen tots és veritat..., cantaba Lluís el Sifoner. El pasado día 18, cuando se cumplía el 200 aniversario del nacimiento en Tortosa del magistrado y alcalde de Ontinyent, Joaquín José Cervino, en solemne sesión plenaria de la corporación municipal, y a propuesta de la Societat de Festers, se aprobaba nombrarle Hijo adoptivo.

¿Cuáles son esos méritos que 200 años después de su nacimiento el gobierno local se ha volcado en homenajearlo? Sobre todo ser el autor de los textos de las embajadas de Moros y Cristianos. Y si lo decían todos cabía colegir que era verdad. Además lo avalaba el cronista de la ciudad, Alfred Bernabeu, con créditos de tipo literario, «ambaixades (amb) uns textos literaris únics per la seua qualitat». De celebridad: «és un merescut homenatge a un dels nostres cèlebres conciutadans». De raíces y empatía a la ciudad: «Cervino era un ontinyentí per vocació i voluntat pròpia». El cronista concluía que: «és just que l'Ajuntament d'Ontinyent reconega a Cervino el nomenament de Fill adoptiu».

Pero inopinadamente y por sorpresa, irrumpían dos voces femeninas en el Palau de la Vila para erigirse en las Pepitogrillo de la ocasión, pero manteniendo las formas de lo políticamente correcto. Primero fue Paula García, de EU, que hacía un llamamiento a la Societat de Festers para que conciliaran «l'evolució natural amb les persones que formen part d'esta festa». Con lenguaje sutil denunciaba el fondo obsoleto del texto de las embajadas de Cervino, al reivindicar «un llenguatge inclusiu» (participación de la mujer). Pero apelando «a que els versos de Cervino abogaren per una major tolerància entre cultures», al pedir que muestren «un major respecte per les persones nouvingudes», así como poder escuchar algún día los versos de Cervino «en la nostra pròpia llengua».

Después, Silvia Ureña de Compromís, que entró a saco, recitó el inicio de la embajada del moro de Cervino, pero revisada y en valenciano, escrita a primeros de la década de los años 90 por el ontinyentí Josep Sanchis. Por diversos avatares, entre los que debía figurar la resistencia de los que cortaban el bacalao en estos asuntos, la evolución nunca llegó a buen puerto. Por lo que la portavoz de Compromís apelaba a Cervino como «persona il·lustrada i declaradament liberal», para insistir en que de haber escrito hoy dichas embajadas «ho hauria fet en valencià». Cortésmente les lanzaba un guante a los representantes de Festers, allí presentes, en el sentido de que sería un buen homenaje a Cervino «la normalització del text de les Ambaixades», adaptándolo a «la nostra llengua».

Con todo, extraña el uso municipal de honores, cuando otros personajes ilustres e oriundos de Ontinyent, caso del magistrado Vicent Lluís Montés o el catedrático de oratoria Gaspar Guerau de Montmajor (nacido en 1557), que fue reivindicado por Joan Fuster, lejos de merecer el honor de ser nombrados hijos predilectos, tienen que conformarse con sendas calles casi en el extrarradio. Por no evocar a un ontinyentí vivo, que llevó el nombre de la ciudad por todo el mundo, recibiendo por ello la medalla de oro de Ontinyent. El excampeón de tenis Juan Carlos Ferrero Donat, quién tenía que esperar a que el Ayuntamiento de Villena le nombrara Hijo adoptivo. Mientras en su ciudad, su nombre sigue sin rotular ningún espacio público, pese a ser el deportista más célebre.

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