Tonet estaba desnutrido y malvivía sin comida cuando fue rescatado. Kate iba a ser eutanasiada porque sus propietarios no podían hacerse cargo de su cuidado. Jenaro fue deshechado y abandonado al nacer. El mismo final tuvieron Mari Carmen, que sufría una infección en un ojo, y Hada, que fue atropellada. Leopoldo pasó cinco años encerrado en un cuarto sin ventilación ni luz y apenas puede moverse. José y Pepito fueron liberados tras permanecer atados durante días con cuerdas enganchadas de sus patas que no les dejaban moverse más de un metro. Moisés tenía pocos días de vida cuando fue rescatado durante las riadas del Ebro de 2015. Zacarías y Emiliano sufrieron un accidente de camión cuando eran transportados al matadero.

Estas historias pondrían los pelos de punta a cualquiera si sus protagonistas fueran seres humanos, incluso perros o gatos. Sin embargo, el destino de los animales que recalan en el Santuario Compasión Animal de Enguera era mucho más negro antes de llegar al refugio. Su propósito en la vida era servir de alimento, pero algo alteró el rumbo de las cosas y, por un golpe de «suerte», terminaron en este «paraíso» animal perdido en medio de la sierra que hace cinco años crearon Laura Llácer y Alberto Terrer. Cerca de 300 animales conviven en armonía y sanan sus heridas en una superficie de 80 hectáreas donde pueden encontrarse cerdos, toros, vacas, ovejas, cabras, gallinas, caballos, patos o conejos. Todos comparten alguna anomalía.

Accidentes de tráfico, maltratos y abandonos están a la orden del día. Algunos simplemente resultaban improductivos o no eran rentables para la industria cárnica. Laura compara el santuario con un campo de refugiados. «Los animales llegan aquí porque las personas los rechazan», señala. Ella y Alberto, ambos veganos activistas, se conocieron rescatando perros y gatos, pero pronto decidieron ir un paso más allá. «Quisimos crear un lugar para que los animales que no te encuentras por la calle también pudieran tener un final feliz», observa Laura en uno de los vídeos que la ONG cuelga en las redes sociales, donde sus publicaciones cuentan con miles de seguidores de todo el mundo. Ambos rescatan, recuperan y dan un hogar a animales de toda España que no tienen cabida en otros refugios por su condición de ejemplar de granja. Gracias a las donaciones sufragan sus operaciones y los alimentan.

No hay casos perdidos

Pero el oasis está a punto de convertirse en espejismo. El alquiler con opción a compra de los terrenos vence el 30 de abril y solo les queda una alternativa para mantener abierto el refugio: adquirirlos por una cantidad ahora mismo inasumible. En poco más de 15 días, han logrado recaudar casi 17.000 euros a través una campaña de donaciones online. Pero no es suficiente. Ambos reconocen que es el reto más complicado al que se han enfrentado y, aún así, no arrojan la toalla. Para Laura y Alberto, no hay casos perdidos.

Lo demuestra la historia de Bartolo, un cordero que nació con una infección que afectó a sus sistema neurológico y paralizó sus patas traseras. «El ganadero lo iba a abandonar, pero un vecino se sintió conmovido y decidió darle una oportunidad». Ahora corretea por el refugio con una silla de ruedas. O el caso de Rachel, una oveja intoxicada que se había pasado semanas agonizando en un corral. No pudieron salvarla cuando la recogieron en medio del monte y aún irrumpen en lágrimas cuando lo recuerdan. «En las explotaciones ganaderas, son un número. Aquí encuentran un hogar, tienen la oportunidad de iniciar una vida y recuperan la confianza en los humanos y el instinto de naturaleza que la sociedad ha querido quitarles», afirma Laura.

Los artífices de la iniciativa enseñan el escondido refugio al público y van mostrando a través de sus vídeos los progresos de los animales y cómo van sociabilizando con otros ejemplares y con ellos mismos. En caso de cierre, se verán otra vez en la calle. «Terminas creando un vínculo muy fuerte con los animales: al final el santuario es tu vida», sostiene Alberto. «Queremos que esto sea un modelo: que el mundo sea un lugar donde todas las especies puedan convivir en paz y armonía», mantiene, consciente de que sus argumentos pueden chocar y resultar incomprensibles para muchos. «Cuando crees en algo tienes que volcarte en ello».