La tilde o acento ortográfico es una rayita que se coloca sobre la vocal de la sílaba tónica de algunas palabras para señalar dónde va el acento. Algo tan elemental parece haberse esfumado con el paso de los tiempos. La desidia, la ausencia del amor hacia el castellano ha hecho que muera el acento ortográfico, tan característico de nuestro idioma. Por eso me refiero hoy a la campaña "Acentos Perdidos", iniciada el pasado junio en México y pronto extendida por Argentina y Perú.

El iniciador del proyecto de reinserción del acento gráfico en la vía pública es un español, vasco por más señas. Atiende por Pablo Zulaica Parra, es redactor publicitario, nació en Vitoria hace veintisiete años, dos residiendo en la capital mexicana. Pablo y un grupo de jóvenes hispanoamericanos, cada vez mayor, señalan la ausencia de las tildes con una cartulina visible en la que se cita la regla transgredida.

La pérdida de acentos comenzó con el uso generalizado de la máquina de escribir, un artilugio incapaz de colocar el acento sobre las mayúsculas. (Si mal no recuerdo, la eléctrica subsanó más tarde esta deficiencia.) La cosa fue tan seria que incluso la Real Academia de la Lengua tomó cartas en el asunto, se puso condescendiente y, por un momento, no limpió ni fijó ni mucho menos dio esplendor: aceptó la licencia. Pero la permisividad de no acentuar las mayúsculas pronto se convirtió en regla y casi todos aseguraban que las mayúsculas no se acentúan. Los redactores publicitarios -dicho sea de paso- contribuyeron bastante en el exterminio de acentos.

De no acentuar las mayúsculas se pasó con extraordinaria alegría a no acentuar nada. Académicamente la ausencia de acentos dejó de considerarse como falta de ortografía (solía baremarse con medio punto menos), para terminar no valorando la ortografía ni en la universidad. ¿Qué porcentaje de profesores universitarios aprobaría hoy un dictado de secundaria? Mejor que no se haga el estudio correspondiente.

Estamos ante un aspecto del generalizado desinterés por nuestra cultura y del -no sé si consecuente- deterioro de la enseñanza. Una enseñanza que no se va a mejorar -sino todo lo contrario- por mucho inglés de Texas que se imponga, por mucho chino mandarín que se programe o por mucho que se uniforme a los alumnos de la pública. (Léase la información de Rafa Montaner al respecto aparecida en estas páginas el pasado viernes: "El uniforme cala escuela".)

Lo que se necesita son defensores de la ortografía, para que pongan el acento donde sólo existe una lamentable atonía de ignorantes. ¡Bien por Pablo Zulaica!