Hambrientos como estamos de buen teatro (de buenos textos), está muy bien que tengamos una nueva oportunidad de disfrutar de unos de esos trabajos que dan sentido al arte de Talía (y al Teatro Talía, por alusiones). Es el caso de este montaje que nació la temporada pasada con fecha de caducidad, y que, dada la acogida que obtuvo, Teatres lo ha repuesto. Una decisión muy atinada, porque el espectáculo tiene cuerda para rato.

Y para rato, el que pasamos otra vez ante este fascinador espectáculo que satisface tanto el hambre como las ganas de comer (teatro). Y ya que tenemos una segunda oportunidad de hablar del mismo, podemos obtener mayor libertad que una crítica al uso.

Los trazos teatrales que plantea Miguel Mihura, en esta obra que escribió empujado por una enfermedad, para distraerse, son muy difíciles de hallar hoy en las nuevas escrituras. Porque, este autor, en su envidiable personalidad escénica (sin personalidad, férreamente acusada, no hay arte), no perdió ni un ápice de un saber ancestral de construir teatro. Sus diálogos llegan al corazón (y al hígado), inteligentemente, irónicamente, sentimentalmente. Y la situación que plantea, más. Todo el mundo ha sentido alguna vez que, a la vuelta de la esquina, puede brotar una rara atmósfera de juerga.

Pero esta genialidad tiene que carnalizarse, y Antonio Díaz Zamora ha sabido, rodeado de un equipo perfecto (destaca la escenografía de Paco Azorín) extraer al texto todos los colores, olores, tactos y sabores teatrales. Con modernidad, y mucho clasicismo, del eterno. El montaje está más cocido, más redondeado si cabe. Estética, detalles, elenco. Seis sombreros de copa. Ahí están esos cuatro pilares (Pep Cortés, Pep Sellés, Manuel Puchades, o el arrebatador Don Sacramento de Rafael Calatayud) para confirmarlo. Y como el espectáculo está más allá de lo particular, los dos nuevos protagonistas ofrecen otra personalidad a sus dulces personajes. No es que olvide a los anteriores, pero Toni Agustí y María Albiñana (anoten ya este nombre en su agenda) han dado un timbre más juvenil, más frágil, a la hora de vivir los deliciosos acontecimientos que trascurren en la noche más famosa del teatro español moderno. Muy bien los dos.

Una obra maestra. Una dirección maestra.