A Emilio Gascó Contell me lo presentó Julio Mathías una tarde, a la salida del Ateneo de Madrid. El malagueño, redactor de Radio 2 de Radio Nacional de España, me dijo que sería interesante que hablara con mi paisano, asesor de la Editorial Agrodisio Aguado. Y allí estaba, en la librería de Marqués que Cubas. Resultó que éramos vecinos: vivía dos portales a continuación del mío, en la calle Colomer, detrás de la plaza de toros de Ventas. Me invitó a que le visitara las tardes que quisiera, a la hora del café. Acudí en varias ocasiones, hablábamos en valenciano y, de vez en cuando, me dedicaba algún libro suyo, siempre con un dibujo de "una barqueta del Cabanyal".

Hubo tardes que la conversación se interrumpía. "He quedado a merendar con don José María Pemán". Le unía una buena relación con el autor de El Divino Impaciente. Estos recuerdos pertenecen a 1970-1973. Por entonces Alianaza Editorial publicó, en su edición de bolsillo, la versión en castellano del Tirant Lo Blanch, cuyo prólogo, Carta de batalla por el caballero Tirant, magnífico, lo firmó Mario Vargas Llosa, al que ya le había leído varias novelas.

El primer título que le leí fue La Ciudad y los Perros (1962). Luego vendrían La Casa Verde, Los Cachorros y Conversación en la Catedral. Durante los años sesenta los medios de comunicación no cesaban de insistir cada año, meses antes de la declaración del Nobel de Literatura, que ya hora de que se lo dieran a Pemán. En una ocasión se dijo que la cosa estaba en el bote, porque la academia sueca había solicitado de la española las obras completas del gaditano. ¡Claro, tanto clamar en España, y en Suecia sin conocer a ese autor! Otra vez se informó que un periódico francés había solicitado el premio para Pemán.

Gascó Contell me había dicho que estuvo un tiempo colaborando con el citado tabloide del país vecino, por lo que me permití preguntarle si sabía quien había escrito el artículo de apoyo a Pemán. Me lo confesó, había sido él, naturalmente. Pero no termina aquí el contacto pemaniano, pues aquel año de 1970, el Premio Blasco Ibáñez lo otorgó la Editorial Prometeo a la novela El Horizonte y la Esperanza, de Pemán. Don Emilio, último secretario del autor de Cañas y Barro, tenía una gran vinculación con la editorial valenciana.

"Doña Pilar -doña Pilar Tortosa, se entiende-, dada la situación económica de la empresa, ha aceptado la propuesta de don José María, quien le ha ofrecido una novela que ya tenía escrita, sin cobrar la cuantía del promio, con la simple condición de que se la publique". Fue, sin duda, una excelente gestión de Gascó Contell.

Después leí Pantaleón y las Visitadoras y Tía Julia y el Escribidor, con la cual puse punto final a mi lectura de la narrativa del peruano-español.