La política es traicionera y lo peor es que cuando la cultura está en manos de políticos la traición y los cambios bruscos de dirección están a la orden del día. Algo de esto sucede en el Palau de les Arts, un espacio para nada ausente de traiciones, donde la desconfianza campa a sus anchas y hoy es espejo de lo peligroso que resulta convertir una institución en agencia de colocación política de amigos y compañeros de fatigas.

Bien lo sabe la intendente del Palau de les Arts, Helga Schmidt, quien comprobó recientemente cómo la llegada de un nuevo alto cargo a la Administración valenciana significaba la inmediata recolocación de otro amigo-totalmente ajeno al mundo de la música y el espectáculo- en un puesto vacante aunque sin presupuesto, objetivos y conocimientos. Hasta ahí contaré.

Algunos acusan a Schmidt de haber rehusado enraizarse más con la "sociedad cultural valenciana", pero si ella nunca lo ha hecho es porque no es mujer que se fíe demasiado de los gestos y las medias sonrisas. Va a lo suyo y en lo suyo es buena, al margen de sueldos, gastos innecesarios, caprichos, agencias, genio, carácter y otros detalles. Pero ni su propio círculo ha colaborado a la hora de querer crear un espacio de proximidad y verdaderos equipos en torno a un proyecto común y compartido. Demasiada política alrededor como para fiarse. Ahora está más sola, su futuro es incierto y los gestos lo dicen todo.

En algunos círculos se habla de que lo mejor sería un borrón y cuenta nueva, o lo que es lo mismo, redefinir en su totalidad los objetivos de Les Arts con la excusa de que no hay ni uno. Ya se han venido viendo movimientos, pero sin orden ni unidad. Sin proyecto.

Reajustes alocados pueden resultar un peligro. Ya nos hemos gastado bastante como para volver a equivocarnos con experimentos carentes de uniformidad y dirección, y lo más peligroso es que listos sueltos hay muchos.