«Bacallar pudent, con podies desemparar ton senyor?» El soldado en plena deserción con que se topó Jaume I a la altura del río Millars a principios de 1238 conoció de primera mano la ira del conqueridor. Así lo refleja El llibre dels fets: «bellaco apestoso», le dijo, antes de someterle a escarnio público.

Los valencianos ya se insultaban en la época medieval. Vaya sí lo hacían. Pese a las dificultades para reconstruir la vida cotidiana de hace varios siglos, sobre todo en ámbitos tan espontáneos como el lenguaje coloquial, existen fuentes que revelan de manera fidedigna la forma de expresarse de los valencianos de entonces. Cómo hablaban y, por qué no, cómo maldecían.

Los volúmenes de la Cort de Justícia de Valencia de finales del siglo XIII, recuperados recientemente por Maria Àngels Diéguez, hablan por sí solos. Esos textos, una sucesión de testimonios en primera persona sobre peleas, litigios, agresiones, robos u homicidios, son un filón de expresiones coloquiales, malsonantes muchas ellas.

Y lo cierto es que no existe una gran diferencia entre la forma de insultar de estos días y la de hace ocho siglos. Los exabruptos revelan que materias como la sexualidad o la religión perviven de forma peyorativa en el subconsciente colectivo y emergen para despreciar al otro. Así, se podía ofender a un hombre llamándole cornut, banyut, pix curt (en referencia al pene), bord (bastardo), pero también batejat (por la conversión religiosa), marrano (por el rechazo de judíos y musulmanes al cerdo) o hasta un originalísimo retallat (en referencia a la circuncisión).

Existía, igualmente, cierta predilección por mentar la barba del vecino. Con barba merdosa se referían a un «cornudo» o persona de baja estatura moral. También existían las expresiones pendre per la barba (coger) o mentir per la barba (esto es, descaradamente), según recogen Joan Miralles y Josep Massot en un estudio a partir de fuentes judiciales de los siglos XIII, XIV y XV (ver tabla anexa).

Eso en lo que a ellos respecta. Para afrentar a las mujeres, entonces como ahora, se recurría a la mala fama conyugal. Junto al inmemorial puta, todo un reguero de derivados: reputa, putana, putanassa, bagassa, druda (concubina) o corredissa (que corre de hombre en hombre). Y también las ofensas por motivos de apariencia: hòrrea (horrible); hábitos sociales: embriaga, falsa, tacanya, metzinera, llàdria; o los infalibles improperios de origen religioso: culmoriscada, renegada o puta juïa.

Según explica el especialista Vicent Baydal en el blog divulgativo sobre Historial medieval «Harca», los testimonios judiciales reflejan también que el gusto por la taberna y el juego, en el caso de ellos; o las infidelidades, en el de ellas, eran los argumentos favoritos para desacreditar a los litigantes dentro de los procesos. En uno de los casos analizados, se intenta conseguir la nulidad de las declaraciones de tres mujeres acusándolas de ser vils persones e pobres, e aültres e bagasses, e que, avén marit viu, que so fayien de moltz per diners.

Sobreviven ciertos tabúes y aún puede encontrarse en la lengua coloquial de hoy algunas expresiones literales de entonces. Como apunta el propio Baydal, al margen de clásicos como cabró o el recurrente fill de..., todavía es posible escuchar en ámbitos del dominio lingüístico expresiones como merdós. O bagassa!, era utilizado por jugadores de pilota valenciana para maldecir a la bola cuando no hacía lo que se esperaba tras el golpeo.