Desde Atapuerca hasta el triunfo electoral de Rajoy en poco menos de trescientas páginas. ¿Demasiada síntesis para tanta historia?

Probablemente. El título tiene los precedentes de la Historia mínima de México, de Daniel Cosío Villegas, y de otros dos libros referidos también a España: la Historia de España de Pierre Vilar, y la Aproximación a la Historia de España, de Vicens Vives, aún más breves que esta mía.

¿"Mínima" alude aquí a la brevedad o a la materia sobre la que hay ya un consenso establecido entre los historiadores?

A la brevedad y a la propuesta de la editorial, que yo acepté como un desafío. El libro sigue un orden cronológico convencional que se deriva de los propios hechos.

¿Ninguna historia es definitiva, como afirma John H. Elliot en su reciente "Haciendo historia"?

Cada generación escribe su propia historia. Siempre hay puntos de interés, énfasis, perspectivasÉ La Historia tiene una parte de erudición, pero otra de preocupación de actualidad. Cuando hablo de "muchas historias posibles", quiero subrayar que detrás de los hechos... no sé, la romanización por ejemplo... hay muchos factores azarosos. Las cosas han sido de una forma, pero pudieron haber sido de otra.

Permítame que me ponga esencialista. ¿Qué es España?

Es lo que ha ido siendo a lo largo de su historia. ¿Cuándo uno es uno mismo? Pues es difícil responder. Es difícil hablar de España antes de los siglos XI, XII o XIII, porque no encontramos un proyecto de tal. A partir de esos siglos la palabra "España" empieza a significar cosas, al menos en un sentido geográfico. Y desde el siglo XIII ya hay historias de España, como la de Alfonso X el Sabio. Una cosa es la España medieval, otra la del Imperio, después la España discreta del XVIII, y luego ya el Estado nacional moderno, que tiene una parte de debilidad, casi un Estado fallido en el XIX, y luego ya un siglo XX con la guerra civil, el franquismo y la restauración de la democracia.

¿De dónde viene esa manía de preguntarse por la identidad española, que yo no veo en otras naciones?

Tiene razón. Yo creo que es el peso de un pasado brillante que llevó a los intelectuales del XIX y de principios del XX a cuestionarse España como nación, a entrar en el contraste de lo que pudo ser ese gran pasado con la mediocridad, atraso y subdesarrollo de la España que les toca vivir. Todo eso está en Joaquín Costa, en la generación del 98 y en Ortega, que se hace esa pregunta, incluso de manera dramática, en Meditaciones del Quijote. Mi generación tiene al fondo la guerra civil, vivida como una tragedia total, más la dictadura de Franco, que separa a España de las democracias europeas, lo que lleva a ver España como fracaso, con un profundo pesimismo crítico.

Entre el relato de la visión unívoca de España que enseñaban a los estudiantes de mi generación y las versiones fragmentarias de la España de las autonomías de hoy, usted parece no quedarse ni con una ni con otras.

Quizás sí. Lo diría de otra manera: es necesario y es inevitable hablar de España, sobre todo a partir de la unión dinástica de los Reyes Católicos, que no fue en principio una unión nacional pero desde la que hay una innegable continuidad político jurídica. Por cierto, nunca se llamaron reyes de España, sino de Castilla, de AragónÉ Ya no hay más que un agente de soberanía. Otra cosa es que la vieja tradición de los reinos y su organización haya sido compuesta, compleja o como se la quiera llamar. Y que aparecen, a partir del XIX, una serie de sociedades y comunidades diferenciadas, como Cataluña, que es preciso reconocer.

¿Es la razón de que permanezcan las tentaciones centrífugas pese a que hay historias de España desde el siglo XIII?

No es fácil responder de una manera rotunda a un hecho tan complejo. Los historiadores que hemos estudiado el asunto consideramos el nacionalismo, al menos en su versión moderna, como un hecho más reciente que precisa de unas condiciones: soberanía, opinión pública articulada, educación primaria y secundaria unificadas, medios de comunicación, servicio militar obligatorioÉ Antes, resulta difícil poder hablar de nacionalismo. ¿Por qué acaba habiendo nacionalismo en Cataluña o en el País Vasco? Pues porque el Estado español del XIX, que es el primer Estado nacional, es menor, pobre, deficiente, fallido. Yo tomo la tesis en parte de Ortega, que dice que en España había provincia y puro localismo. Y de Azaña, quien sostiene que si España hubiera tenido un gran Estado en el XIX no tendríamos estos particularismos regionales. Pero no hay una relación de continuidad, por ejemplo, entre la corona de Aragón y Cataluña, su región más dinámica, o con el catalanismo de Prat de la Riba y, ahora, de CiU.

Arrecian las voces independentistas en Cataluña y los nacionalistas ganan las elecciones en el País Vasco. ¿Vuelven los viejos problemas?

La organización territorial del Estado ha sido uno de los tres grandes problemas de España en el XX, junto con el atraso económico y la falta de democracia. A aquel problema se le han ido dando distintas respuestas: antes de la República, la Mancomunidad de Cataluña; después la autonomía, también al País Vasco; tras la guerra, y después de una etapa de fuerte centralización con el franquismo, parece que habíamos dado con una fórmula que yo defiendo mucho, que es el Estado de las autonomías. La propia Constitución distingue muy sutilmente entre regiones y nacionalidades, que incorpora, como sabemos, Roca i Junyent. Por lo tanto, la Constitución ha incorporado una visión catalana de la historia de España. Es difícil articular diecisiete administraciones, pero me parece que ahí estaba, con los ajustes necesarios, la verdadera fórmula para la solución del problema territorial. Ahora bien, parece evidente que desde perspectivas nacionalistas que aspiran a la plena soberanía no es suficiente.

Por recordar la vieja polémica: ¿España es resultado de la línea romano-visigótica-cristiana o es ininteligible sin la presencia mora y judía?

Polémica espléndida. Tanto Sánchez Albornoz como Américo Castro suscitan admiración, al menos en los historiadores de mi generación, lo que no quiere decir que esté totalmente de acuerdo con los términos de la controversia. Hay una continuidad en esta tradición romana, visigoda y cristiana, pero con matices. Los visigodos no eran españoles y los hispanorromanos, que eran sólo romanos, tampoco. La palabra "español" surge en el XI o el XII. Ahora bien, usted y yo hablamos una lengua romance, casi latín, que procede de Roma, como la organización en provincias. Pero qué duda cabe de que la presencia judía y musulmana ha aportado muchísimas cosas al acervo que hoy llamamos "España". Hay que tener en cuenta la circunstancia de cada momento y no exagerar en algunas cosas.

Usted es crítico, al menos en algún pasaje de su libro, con el período del Imperio español. ¿Respondió sólo a los intereses de la Casa de Austria?

Al poner más énfasis en esa determinada forma de poder, he tratado de responder a esa visión tradicionalista y nacional-católica por la que España se desangró en defensa de la fe y de los valores morales de la Contrarreforma. Hubo algo de eso, pero sin olvidar que muchas de las actuaciones no respondían a ningún proyecto religioso. El propio Felipe II, archicampeón de la fe, tuvo muy malas relaciones con los papas. Vicens Vives dice que es la política castellana la que lleva a ese tipo de poder, frente al menor autoritarismo de la corona de Aragón, cuando son precisamente los intereses de la corona de Aragón los que condicionan, por ejemplo, la política mediterránea imperial.

Afirma que la articulación de España es, en buena medida, obra de los Borbones.

Los Borbones produjeron cambios sustantivos en la organización del Estado. Eliminan las leyes tradicionales y las instituciones privativas de Cataluña, Valencia y Aragón, no así las de los fueros vascos; además, introducen los equipos con secretarios de Estado, precedente del Consejo de Ministros. Unifican, también, más que nunca la Administración del Estado con la eliminación de aduanas.

Estamos en el año del bicentenario de las Cortes de Cádiz. ¿La incapacidad para continuar aquella obra fue la gran oportunidad perdida?

Sin duda. El modelo ideal de la política en el XIX es el constitucionalismo basado en el modelo que llamamos la "revolución liberal": estados basados en la soberanía nacional, con varias fórmulas constitucionales. Y so es lo que nace en las Cortes de Cádiz y se trunca con el autogolpe de Fernando VII, que provoca el retorno del absolutismo en todos los sentidos, con políticas muy reaccionarias. España pierde además su Imperio americano. La Guerra de la Independencia fue muy dura para España, que tardó en recuperarse y quedó en la periferia de la revolución industrial. Entramos en esa fase de atraso, de subdesarrollo, de marginalidad, de la que sólo empezamos a salir, y siempre muy relativamente, a partir de 1850.