De haber tocado en la plaza de toros, el Cuarteto Enesco merecería haber salido a hombros. Tuvieron una gran tarde. No se sabe por dónde empezar a desgranar las excelencias de estos virtuosos: sonido aquilatado, perfecta atención interna, fraseo espontáneo y ajustadísima afinación individual. Todo perceptible en la excelente acústica de la sala Iturbi.

Desde la primera frase se nos plantea una cuestión: ¿dónde reside el secreto para que, siendo cuatro, parezcan sonar como uno solo? Pues que son artistas para quienes estos 35 años de carrera mundial los han convertido en músicos geniales pero también en humildes servidores de las obras que interpretan enfocadas desde la generosidad interpretativa de todos y cada uno de sus componentes.

Sin duda, el Cuarteto en fa mayor, de Ravel, pieza ejemplar del repertorio camerístico, resultó el zenit del programa. Compuesto en 1902, podemos imaginar el asombro de aquellos melómanos de principios de siglo XX ya que en las obras de Ravel, la música no permanece estática sino que tiene la virtud de expandirse fragantemente en el ambiente a través de una escritura que fuerza al máximo los colores de cada instrumento. Los Enesco dominan largamente esta difícil partitura permitiendo al oyente no perder ni un solo compás en una interpretación particularmente transparente. Sencillamente magistral.

La pulcritud de estilo del Cuarteto en sol menor op.74 de Haydn y el empaste del conjunto dejaron patente la calidad individual de los cuatro protagonistas permitiendo una versión sin fisuras a diferencia de su lectura del Cuarteto en do menor de 0p.18, nº 4 de Beethoven, cuya travesía se recorrió con menor comodidad y algún claroscuro.

Como bis, los virtuosos rumanos ofrecieron una brillante versión de la Rapsodia Rumana nº 1 de Enesco, pieza de toques folklóricos que nuestro Iturbi, amigo personal del compositor, incluiría en la banda sonora de la película Chicas decididas (1948), al lado de Jeanette McDonald, Jane Powell y de su hermana Amparo.