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Crítica de ópera

"Nabucco" sin concertinas

"Nabucco" sin concertinas

Los hebreos cautivos cantan su famoso himno a la libertad tras una alambrada. Hace años, incluso cuando esta producción se estrenó en Múnich a primeros de 2008, se veía ahí otra rememoración del Holocausto. Hoy, a orillas del Mediterráneo, para completar la imagen sólo se echaban de menos las concertinas. Grandeza del arte la de valer para tiempos y lugares distintos: los mismos perros...

El resto del montaje cuenta bien la historia y a los cantantes se los nota cómodos: Yanis Kokkos los mueve menos aún que a los espacios cúbicos de profunda perspectiva y los podios con escaleras. En un ambiente tan oscuro, la iluminación deja casi en exclusiva el protagonismo a los contrastes cromáticos. El cegador panel que representa a Dios en acción es sin duda de eficaz elocuencia; también la llegada de Nabucco o, aunque menos vistosos, detalles como los soldados que emergen del suelo.

Tras una obertura de tensión creciente y remate en furia, Nicola Luisotti sumó lirismo a las arias y empaque marcial a las cabaletas. La orquesta superó, una vez más, previsiones basadas en la escasez de titulares. Destacaron los solos instrumentales de flauta, corno y violonchelo. El coro de Francisco Perales, de tímbrica algo apelmazada al principio, fue equilibrando refinamiento e ímpetu. El final inventado fue lo único que sobró en el Va pensiero.

Siempre con atractivo color, Dimitri Platanias adecuó sensiblemente potencia y fraseo a los cambios en el personaje del título: primero triunfal, luego amenazador, finalmente lamentoso. Bien en el registro grave, de Anna Pirozzi llamó sobre todo la atención su plenitud en el otro cabo de la extensa tesitura que requiere Abigaille, aunque el alarde al que por su cuenta se aventuró al final del dúo con Nabucco del tercer acto le saliera mal. La soprano, el tenor y el bajo coincidieron en la posesión de bellos medios.

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