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Teatro crítica

El buen humor de Mihura

Ninette y un señor de Murcia

teatre talia (valencia)

De Miguel Mihura. Int. Julieta Serrano, Miguel Rellán, Javier Mora, Jorge Basanta, Natalia Sánchez. Escenografía: Paco Leal. Dirección: César Oliva.

Cuentan que Miguel Mihura, cuando tenía un gran éxito en la noche del estreno de una obra suya, cojeaba más de lo normal. Y lo hacía de manera fingida, como él reconoció a algún allegado, para que le «perdonaran el éxito». Así era Mihura. Así era un humor que habría alcanzado mayor renombre si hubiera seguido la línea de Tres sombreros de copa. Prefirió comer al prestigio. Prefirió al público real que los elogios académicos. De todos modos, siempre construyó meticulosamente el guion de sus comedias y, con gracia, los diálogos. Un gran oficio que los nuevos autores, incluso los más alternativos, debieran de estudiar de pe a pa. Su gran logro fue hilar una convencionalidad atípica, como es esta obra: una «españolada», por el tema tratado, hecha con gracia y originalidad. Estrenada en 1964, en pleno franquismo, y en plena celebración de los terribles 25 años de paz, Mihura quiso reírse tanto de la represión sexual como de las ideologías políticas.

Un ingenioso hallazgo cómico que se resalta bien en la puesta en escena de César Oliva, porque su mayor virtud es que rompe con la tradición de buscar histrionismo en el modo de interpretar los personajes mihurianos. Todo lo contrario, Oliva propone un marco claro y simbólico, deja que la energía y el ingenio fluyan con naturalidad. Sin exagerar ni acartonar. Por ahí anda el tono actoral dominado por la sobriedad y la carnalidad. En este sentido brillan los veteranos Julieta Serrano y Miguel Rellán, pero también Jorge Basanta (Andrés) y, en cierta medida, Javier Mora (Armando), aunque le toca ser el personaje más sobreactuado, pero siempre mantiene una justa y no molesta medida. Natalia Sánchez se acopla bien al papel de Ninette, pero, para mi gusto, al principio debiera ser (inadvertidamente, claro) más sensual, y en todo momento proyectar más la voz porque no está en un plató televisivo.

Lo dicho, un montaje sencillo y redondo que nos revela de nuevo que el buen humor nunca muere.

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