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Tribuna

Leer teatro y Todos (algunos) los Santos

Podría escribir 600 palabras en vísperas de Difuntos, con el listado del Don Juan Tenorio, las versiones del texto, y de los actores/actrices y autores, que desde 1844 hasta hoy han hecho el Tenorio. Pero el tema personalmente me motiva más en otras direcciones.

Por de pronto habría que reivindicar la representación del texto «madre», El burlador de Sevilla y convidado de piedra, que según parece, escribió un fraile. Y aún más nos atrae „aunque aquí no es el lugar„, mirar la obra de Tirso desde el Tenorio de Zorrilla, pero a través de las versiones de Goldoni, Molière, Mozart o Lord Byron. Y aún más interesante en la actualidad „ante la refundación del hombre, hoy muy desorientado, y de la mujer, necesitada de una reivindicación urgente„, sería ver aquel Tenorio zorrillesco, desde los don juanes del cine, novela y televisión posteriores (anuncios incluidos).

Y si esa confrontación la pudiera hacer aquí, me temo que sería imposible para los lectores españoles distanciarse del Don Juan de Zorrilla. La clave de su secreto es la teatralidad de todo lo que le ocurre al protagonista en una sola noche. Como Zorrilla habría vendido sus derechos por «cuatro reales», cuando vio su éxito, y ya que no pudo recuperar los derechos, se dedicó a denigrar la obra, por considerarla mal escrita e increíble. Pero ese desarrollo increíble es lo que ha alimentado la fantasía de los espectadores, en especial los hombres (aunque también Doña Ana Ozores, la Regenta de Clarín, se turbó „sabroso eufemismo„, al ver por primera vez la representación del Tenorio). En suma, que ahí está el Tenorio, fruto del «zorrillismo estético» que decía Unamuno, y cuya sombra es tan alargada que se puede ver en todos los spots televisivos de colonia, esos que ya, adelantando la Navidad, están en el plasma (una superficie tan idónea para Tenorios y presidentes).

Pero ese trabajo ahora me resulta inoportuno. Porque el carnaval del Halloween ha arrasado con todo. Sea de importación USA, que lo es, o de ascendencia celta e incluso remotamente cristiana, la parafernalia del Halloween ha arrasado. Y eso que cristianos, celtas y otros, convergen en celebrar todos los santos y difuntos (Contraataque: una Parroquia de Valencia ofrece, literalmente, para esa noche una liturgia: Nightfever). Pero el negocio y la escenificación pertenece, de manera irreversible a las tiendas (versión Grandes Almacenes y Superficies o versión Todo a Cien).

Así que sugiero al lector, ya que no hay puente para escaparse, que tome cualquiera de las versiones teatrales (me gusta el impío de Molière/Brecht) y musicales (Mozart, el inagotable). Pero si quiere saber lo que yo voy a leer, le confesaré que la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, un poemario en el que magistralmente, entre compasión, humor, crítica y melancolía, el poeta hace brotar de cada lápida toda una vida, un personaje y un desenlace.

Pero todo lo que hemos dicho hasta aquí quedaría en pedantería o inútil erudición, si no encamináramos lo escrito hacia lo que me parece importante y urgente.

Durante el Día de Todos los Santos y el Día de Difuntos, los cementerios de España brillarán, cuando su mármol recién limpiado refleje el Sol, y cuando el aire vibre fragante por tantas flores. Tan es así que los cementerios parecen estar de fiesta, más allá del dolor íntimo, si por tal entendemos hacer homenaje a los seres perdidos y en el lugar cierto. Una oportunidad que muchos otros españoles no tendrán. Porque no sabrían a dónde dirigir su mirada, en qué fosa depositar una flor, en qué lugar reconocer al padre, la madre o al hermano.

No me parece justo. No es justo.

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