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Hace veinte años

La tarde en que Ponce asaltó Madrid

La faena a «Lironcito» marcó un hito en la carrera del valenciano y le confirmó como una de las figuras señeras de finales del siglo XX

La tarde en que Ponce asaltó Madrid

Una de las obras que permanece en el recuerdo de los buenos aficionados es la realizada por Enrique Ponce el 27 de mayo de 1996 a un ejemplar del hierro de Valdefresno en la Feria de San Isidro. El pasado viernes se cumplieron veinte años de la efeméride, que significó la conquista de los aficionados más exigentes de la capital de España. Fue una lidia emotiva de principio a fin, en la que el chivano se jugó el tipo a carta cabal. Sin trampa ni cartón. Un triunfo ganado a ley. No ha sido su mejor faena, pero sí la más emotiva y rotunda; por la seriedad del toro y por el escenario elegido. Dos ingredientes esenciales para medir la importancia del logro del que ya se vislumbraba como uno de los toreros esenciales para entender la tauromaquia del fin del pasado siglo.

Ponce ya contaba, a la sazón, con dos triunfos venteños en su haber. El primero, la puerta grande conseguida en la Corrida de la Beneficencia de 1992. Ese 11 de junio supuso su primer aldabonazo serio en la villa y corte ante, nada más y nada menos, que José María Manzanares y el triunfador absoluto de la temporada anterior en la plaza de toros de Madrid: César Rincón, que había abierto la puerta grande cuatro tardes consecutivas. Los toros de Samuel Flores contribuyeron al éxito del valenciano, que se metió de sopetón en el corazón de parte de la afición madrileña. El segundo aconteció el 1 de junio de 1994, ante toros de Sepúlveda de Yeltes, con Paco Ojeda y, de nuevo, Manzanares como compañeros de terna. La oreja cortada al primero de su lote precedió a la demostración de valor y torería ante el poderoso y manso sexto, que conmocionó a los asistentes a la corrida y fue el preludio de la que acontecería dos años después, cuando ya era una figura del toreo consolidada.

«Lironcito»

El toro, de imponente presencia y muy alto de agujas, asomó su tremenda arboladura por los chiqueros con ánimo desafiante. Tras dos o tres carreras por el albero venteño, Ponce, con un solo capotazo de tanteo, le pergeñó cuatro verónicas, dos medias y una revolera que Lironcito tomó con humillación y boyantía, y que arrancaron los primeros olés de la tarde. El de Valdefresno blandeó en varas y escuchó las protestas de los aficionados más conspicuos de la plaza. La suavidad y templanza en la brega de Mariano de la Viña durante el tercio de banderillas en nada hacía presagiar la batalla que iba que tener que librar el matador que, ya con la muleta en mano, probó la embestida del animal por ambos pitones.

En la primera serie de muletazos por el derecho, el astado evidenció las primeras complicaciones, soltando un par de tornillazos y poniéndole el pitón en el pecho al torero de Chiva. Primer aviso. Vuelta a la cara del toro y voltereta impresionante al tercer pase por el mismo lado. Ponce se repone y se echa la muleta a la mano izquierda, tras echarle una mirada escrutadora a tan complicado como incierto enemigo. Tras dos viajes en los que el burel evidencia sus complicaciones, surge otro apretón y Enrique decide plantarle cara. Primer natural, la gente encoje el alma. Segundo natural, Madrid ruge como en las grandes ocasiones. Tercero, el toro pasa con la cara alta y mira al diestro de soslayo. Cuarto, Lironcito se frena, mide, pero la insistencia del torero que mantiene la posición le convence para volver a pasar y retumba de nuevo el olé rotundo en Las Ventas. Uno de pecho, pase cambiado por el derecho, y el toro le vuelve a poner los pitones a la altura de la chaquetilla. Ovación unánime.

La muleta otra vez a la zurda. Se hace el silencio. Crece la tensión con la inoportuna visita del viento, que añade más emoción si cabe a la faena. Vuelve a bramar la gente tras un natural de enorme intensidad, rematado con un inspirado recorte. La plaza en pie. Órdago a la grande de Ponce en la quinta serie. Otra vez la franela a la mano derecha por el pitón imposible del toro. Tras otras dos acometidas descompuestas que denotan su falta de entrega, se obra el milagro y el de Chiva le gana la mano al Valdefresno que obedece por imperativa de la técnica y el valor a la muleta del valenciano que, como guante de hierro, obliga al animal a ir donde nadie había pensado que podría llegar. El público, estupefacto, puesto en pie, batiendo palmas y mirándose unos a otros con gesto a caballo entre la incredulidad y la satisfacción. Madrid ya estaba, a esa hora, rendida a los pies del diestro valenciano.

Un contratiempo más

Con Lironcito sometido a los dictados del torero, Ponce improvisa un ayudado por bajo y vuelve a provocar el delirio en los tendidos. Naturales ejecutados de uno en uno ante el general estupor de las más de veinte mil almas que abarrotan el coso taurino. Todo apunta a que el torero de Chiva abrirá la puerta grande si logra matar al toro de un certero espadazo. Allá va el matador, que se perfila en la suerte natural y entierra el estoque hasta la empuñadura. La plaza es un flamear de pañuelos blancos en demanda de los máximos trofeos. El toro se aquerencia y se resiste a doblar. La espada ha quedado algo tendida y eso provoca que esté todavía en pie. El diestro pide el descabello. Se vuelve a hacer el silencio. Falla en los tres primeros intentos. Suena un aviso. El toro dobla y el respetable retoma la petición de la oreja del toro como si nada hubiese pasado. El presidente accede a concederla. La obra se ha consumado. Ponce ha tocado con los dedos la gloria en la principal feria del mundo taurino. De Madrid, al cielo.

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