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La memoria de la dignidad

La memoria de la dignidad

Era un escritor de dimensiones infinitas. Sus libros eran „son„ un inacabable inventario de historias. Cuando Rafael Chirbes publicó Crematorio hace nueve años, y hace tres vio la luz En la orilla, la opinión crítica y de público fue unánime: eran las dos novelas que mejor retrataban la crisis que estábamos y aún seguimos viviendo desde aquellos años. Eso es cierto, pero la escritura de Rafael Chirbes va mucho más allá. O más adentro. La escritura de este autor imprescindible destripa lo humano y extiende sus vísceras por los alrededores de la ciénaga en que todo se está convirtiendo en los últimos tiempos. No había un sólo asunto que no le interesara. Como escritor todo le interesaba. Decía de Cervantes: «en el gran caleidoscopio de la vida, nada le es ajeno». Pues eso digo yo de mi admirado, inolvidable, amigo desaparecido: la vida estaba en sus novelas, en sus crónicas de viajes, en los libros donde hablaba de autores que le habían ayudado a amar la literatura y el oficio de escribir. Ahí los nombres: Max Aub, Galdós, Clarín, Blasco Ibáñez, algo de Sender y tantos otros „más contemporáneos„ que consideraba con el respeto enorme del alumno aventajado. Como persona, Rafael Chirbes era la lealtad insobornable. No era de muchos amigos, el mundillo literario le importaba un pito, su territorio era el de la escritura y la lectura. El poder le repugnaba. Y lo mismo el cinismo y los oportunistas. Por eso se mantenía lejos de todo ese paisaje de deterioro moral en que se había convertido este país desde hace muchos años.

Había nacido en Tavernes de la Valldigna y vivió en muchos sitios. Hace unos años se vino a vivir a Benierbeig y su casa será a partir de ahora sede de la Fundación que lleva su nombre. La suerte de un escritor „cuando ese escritor ha muerto„ está en manos de la memoria que nos deja. Y lo que Rafael Chirbes nos deja es una obra llena de dignidad y de decencia que no debería caer en el pozo del olvido.

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