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Entrevista

Román de la Calle: "En la política cultural de ahora falta programación y coordinación"

«Siempre he luchado por la independencia cultural, de ahí los problemas en un lado y otro»

Román de la Calle: "En la política cultural de ahora falta programación y coordinación"

Es injusto que Román de la Calle (Alcoi, 1 de julio de 1942) sea reconocido por su sonada dimisión del MuVIM en marzo de 2010 por negarse a censurar la exposición «Fragments d’un any». Además de gestor cultural, profesor e investigador del arte, crítico, impulsor del IVAM, miembro de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, director de la colección de arte del Magnànim y muchas cosas más, mantiene una mirada lúcida e independiente sobre la política cultural valenciana.

¿Debajo del nombre de Román de la Calle que pongo?

Catedrático de la Universitat de València.

¿De qué está más satisfecho de su trayectoria pública?

La vida universitaria era mi sueño. Cuando era niño en Alcoi, un profesor de griego, me preguntó: «¿Y tu que quieres ser?». Y dije: «Catedrático de universidad». Él que no había sacado ni la plaza, me dijo que eso era imposible.

Lo consiguió.

Pensé estudiar Ciencias Políticas, pero en casa dijeron que no. Elegí la especialidad de Estética dentro Filosofía por su relación con el arte y la musicología.

¿Le sorprende el desprecio actual a la Filosofía?

La estética, la ética y la antropología, las filosofías prácticas, no estaban ni dotadas en mi época. Ahora no hay ningún catedrático de la especialidad que hable de ética.

¿Cuándo se vincula al arte?

En Alcoi hacía teatro y poesía, pero la primera vez que me ocupé de las plásticas fue en un jurado por Navidad en la Facultad. Mi tesis fue sobre el cine y empece a dar clases de cine, siempre llenas. En la Facultad de Filosofía no había ni proyector de películas. Lo alquilábamos por 3.000 pesetas (18 euros), que a veces salían de mi bolsillo. Eso hizo que cada vez fuera hacia las artes plásticas.

Luego creó la Asociación de Críticos.

Aguilera Cerni publicó un diccionario de arte contemporáneo, que editó Fernando Torres, como su hija fue compañera mía en la facultad, me llamó para hacer un comentario… Hice la reseña, no sé para que revista. Le gustó tanto que vino una exposición de Pablo Serrano y me propuso lo mismo.

¿En qué año estamos?

Ya había vuelto de la Complutense, donde saqué la plaza, así que 1978 ó 1979.

Con Valencia en plena ebullición democrática.

En la Complutense llevaba a los alumnos a ver galerías, al teatro y al cine. Tuve problemas con el decano porque tenía que arreglar con los profesores las últimas horas para poder salir, y eso no le gustaba. «Eso son trivialidades», me decía. Quería volver de Madrid y vine en 1977.

¿Cuánto tiempo estuvo en Madrid?

Del 1974 al 1977. Una época terrible, con mi mujer aquí. Venía cada quince días. Un día hablando con Aguilera, le dije que teníamos que hacer la Asociación de Críticos. En el 80 ya estaban los papeles hechos.

La Asociación tuvo un papel decisivo en los orígenes del IVAM.

Aguilera quería que el IVAM fuera de arte contemporáneo valenciano y ganó la otra opción. Lo que era valenciano era el instituto. Eso provocó una ruptura y el distanciamiento de Aguilera del IVAM.

¿Se puede levantar la hipoteca reputacional del IVAM?

Posible es, pero más difícil que en aquel momento donde tuvo un reconocimiento internacional, con el entusiasmo europeo hacia España. Ahora con la situación económica tan dura, con restricción en los presupuestos…

También ha tenido reconocimiento internacional todo lo sucedido en la etapa de Consuelo Císcar.

Sí, hubo mucha dificultad para el intercambio de exposiciones.

¿Cree en un concurso público para elegir el director del IVAM?

La transparencia siempre es buena. Cortés fue alumno y le dirigí la tesis.

No quería poner nombres. Lo decía en general.

Junto con la transparencia está la competencia. El peligro es que hayan intereses políticos en el protocolo de intenciones.

El misterio sobre esos concursos está en si se elige al mejor o al más acomodado.

La política cultural es un puente largo.

Ha sido jurado de varios concursos.

En el del IVAM no. Estaba en el del Consorci de Museus, pero como había firmado varias cartas de recomendación entre los candidatos, dos días antes de la elección me retire.

¿Por qué no hemos creado buenos gestores culturales después de tantos años?

No hemos tenido ninguna especialidad. Hace 17 años creamos un posgrado de educación artística y gestión de museos, que está funcionado bien. Lo hicimos por mala conciencia, porque en las clases de estética no podíamos también ocuparnos de esas cuestiones. Pero no es suficiente.

No veo a ningún museo importante contratando a un director recién salido de un máster universitario.

Tanto Vicent Todolí como Manuel Borja-Villel han sido alumnos míos. Con la satisfacción moral extraordinaria que eso da, pero han tenido que formarse fuera.

Conclusión, la experiencia es importante.

Importantísimo, igual tenemos que revisar los aspectos docentes.

¿Dónde se sitúa entre la dicotomía de cultura pública y privada?

Una metáfora, primero. La cultura es un gran río que va a parar al mar. Hay dos corrientes básicas, la política y la economía. Unas veces van paralelas y otras no. Lo ideal sería que en la política cultural pudieran también participar los ciudadanos. Todo eso de la transparencia empezó en la Asociación de Críticos, pero también se necesita competencia y control. La cultura necesita independencia y autonomía.

¿Cree en el mecenazgo?

Sí, pero nuestras finanzas no contemplan el mecenazgo en un sentido de compensación económica. Hace 25 años, en el 90 con el rector Lapiedra, se terminaba de crear la Fundación Martínez Guerricabeitia y propuse organizar cursos y publicaciones. La Universitat tenía unos límites económicos y lo organizamos con Martínez. Creamos la colección «Estética y Crítica». La UNE, la Unión de Editoriales Universitarias, le ha dado a esa colección de hace 25 años, el premio a la mejor colección. Recuerdo que teníamos que buscar 200.000 pesetas (1.202 euros) por cada número. Siempre he creído. Igual también cuando estaba en el MuVIM. El mecenazgo también vincula a la sociedad.

Después de año y medio de nuevos gestores culturales, da la sensación que el IVAM, el MuVIM, el Consorci de Museus y el Bellas Artes hacen la guerra por su cuenta.

Igual que antes. La tensión entre Consuelo Císcar y yo, vino especialmente por eso. Nosotros programábamos a dos años vista. Hay dos palabras claves: programación y coordinación. Ni programación, ni coordinación existe en la actualidad. ¿Recibe un año antes la programación de algún sitio? ¿Hay una coordinación entre ellos? Ese es el peor delito en la política cultural.

¿Insistimos en el error?

No existe una visión unitaria. Antes era un partido, ahora hay más pero no se han sentado para programar.

Se supone que el Consell del Botànic debería tener más sensibilidad cultural.

La practicidad dice que te enteras de una exposición unas semanas antes.

En los conciertos pasa igual. En cualquier auditorio tienes la programación incluso de dos años.

Ese trabajo no cuesta, lo digo por experiencia. Es más fácil coordinarse para programar en instituciones privadas, y no debería ser así.

Llevamos cien años discutiendo que hacer en el Bellas Artes, y el nuevo director se descuelga con una propuesta poco académica.

Todos intentan inmediatamente poner el parche en la institución que depende de él. Pero esa mirada superior, de momento, no se ha hecho nunca.

¿Quién debe ejercer esa mirada superior?

Una «autoritas» o una «potestas». Ahora seria mejor una «potestas», porque una «autoritas» es muy difícil

¿La tenemos?

Podía encontrarse.

¿Román de la Calle está dispuesto?

No, no.

Su currículum es transversal en gestión cultural.

Siempre he luchado por la independencia cultural, de ahí los problemas en un lado y otro.

Noto un cierto desencanto en los agentes culturales que jalearon el cambio político.

El gran riesgo era pasar de la indignación a la indiferencia. Eso sería lo peor que nos podía pasar.

Los gestores actuales también rechazan la experiencia.

No es la primera vez que pasa, parece que estamos condenados. Eso deriva de no haber programación, ni coordinación. Más allá de los concursos, vive gente con proyectos.

¿Cultura de lo efímero?

Insisto, por eso hay que exigir la programación. De ahí vendrían los intercambios, porque está claro que la producción propia es esencial, pero el intercambio es fundamental para un museo. Entiendo que estamos en un momento económicamente difícil.

¿Cuál es la inversión esencial pendiente?

Tenemos los grandes contenedores y muchas bibliotecas y casas de la cultura. Hay que discriminar perfectamente los equilibrios entre unas cosas y otras.

Los dos valencianos más internacionales, Santiago Calatrava y Manolo Valdés, no quieren saber nada de Valencia.

Me llaman de Alicante para ver que hacía en el Año Sempere, pero como estoy harto de hablar de constructivismo y abstracción, recuerdo que Alfons Roig dejó todo sus fondos artísticos al MuVIM y estudio las cartas entre Alfons Roig y Sempere. Y en la carta 63, Sempere dice: «Reniego de Valencia. Nunca me han tenido en cuenta debidamente. Cuando me he entregado, ha sido un fracaso. Lamento incluso haber nacido en ese contexto». Estamos hablando de Navidad de 1956.

¿Un problema endógeno?

No me gusta decirlo. Lo mismo pasó con Julio González.

¿Cómo se ejerce una crítica justa?

Nunca he hecho una critica terrible. Cuando algo no me gusta, no escribo nada.

Eso es pecado de omisión.

Tengo libros sobre el tema de la crítica. Ante las obras de un artista hay que explicitar su concepto de arte, su programa artístico y su ideal. La segunda parte son sus influencias y contextualizar las obras. Claro que la crítica tiene elementos subjetivos pero en la historia, la técnica y la teoría.

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