La sala de exposiciones La Gallera continúa cerrada después de que hace un año el Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana anunciara que dejaba de ser el inquilino. En agosto de 2016 se hizo público que el organismo público abandonaría las instalaciones del espacio, decisión que se hizo efectiva el 31 de diciembre del mismo año.

«La Gallera es un espacio arquitectónico maravilloso, pero tiene un alquiler de unos 40.000 euros al año; sumando el mantenimiento y los contenidos artísticos, el gasto se elevó en 2015 a 108.000 euros», dijo en su momento el director del Consorci, José Luis Pérez Pont.

Desde entonces, las puertas de La Gallera siguen cerradas a cal y canto. «Nos gustaría que la Generalitat volviera a apostar por el mítico edificio porque tiene carácter administrativo y público», expresa Rogelio Martínez, propietario de la sala junto a su hermano Julián. Recuerda cómo el gobierno desestimó otros alquileres para mantener su «joyita», uno de los últimos inmuebles que abandonó.

Ahora, los propietarios han puesto el edificio en manos de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria (API) y «no he puesto ninguna condición para poder alquilar porque hablar de precios es banalizar económicamente un elemento patrimonial, aunque nosotros la alquilamos a precio de mercado y a convenir». Sobre la cuestión de vender el inmueble, Rogelio Martínez explica que «no es una finalidad primaria porque su mantenimiento es soportable».

En cuanto a interesados en alquilar el espacio manifiesta que «hemos tenido contacto con dos particulares, entre ellos uno de Madrid, pero no hemos llegado a un acuerdo para alquilar».

Otro de los temas que motiva la paralización de la actividad es que La Gallera solo es compatible como sala de exposiciones «y no nos darían licencia para realizar otras cosas», asegura Martínez.

En cuanto al estado del inmueble, el edificio requiere todavía -recuerda su propietario- algunas mejoras para evitar filtraciones de agua y una revisión de la instalación eléctrica. Los hermanos Martínez Ribera se podrán manos a la obra más pronto que tarde, asegura.

De los gallos al arte

La particular galería de arte de la calle Aluders fue, en sus primeros compases de vida, un gran recinto para las peleas de gallos -disciplina de la que recibe nombre- y, más tarde se convirtió en un almacén de una empresa de ferretería, de nombre Planchadell, hasta que el inquilino falleció en 1980.

Fue entonces cuando fue rehabilitada para adecuarla en salas de exposiciones: «Nunca he visto una pelea de gallos en la Gallera aunque puedo certificar que sí que las había porque, antes de reformarla, la madera del suelo estaba impregnada de restos de sangre de los animales», afirma Martínez.

La peculiar sala, después de remodelarla, pasó por dos inquilinos que ya la utilizaron como galería de arte antes de que la Generalitat Valenciana apostara por ella y se hiciera con sus servicios a mediados de los años 90 hasta el año pasado.

La Gallera -que «supone un recuerdo patrimonial de mi familia», explica Martínez, abogado en ejercicio más de 40 años, en un encuentro con Levante-EMV- es un «bien hereditario» que ha ido pasando de padres a hijos como un regalo generacional desde que Vicente Barrachina Llorca, diputado primero del Colegio de Abogados y bisabuelo de los actuales propietarios, casado con Ángela Uberos Soro, comprara el edificio a finales del siglo XIX.

Cuando falleció este, perteneció a la bisabuela de Rogelio y Julián hasta que murió en 1920 y se trasladó a manos de su única hija: Ángela Barrachina Uberos, casada con Julián Ribera Taléns. La abuela de los actuales propietarios falleció el 8 de octubre de 1958 y el inmueble pasó a la propiedad de uno de los seis hijos que tuvieron: Trinidad Ribera Barrachina, casada con Rogelio Martínez Uberos. La madre de los actuales propietarios falleció en 1988 y La Gallera pasó a pertenecer definitivamente a Rogelio Martínez Ribera y a su hermano Julián.

La Gallera, mientras está cerrada, mantiene sus constantes vitales gracias a su historia: 20 años de actividad ahora interrumpida.