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Música

'Fats' y la paella de Nueva Orleans

Antoine Dominique Domino Jr., la célebre estrella del 'rock´n´roll', fue una figura clave para hacer eterno el sonido de la ciudad de Nueva Orleans

'Fats' y la paella de Nueva Orleans

No busquen, ni van a encontrar el lugar exacto en el que nació el rock´n´roll ni el primer lugar en el que se cocinó la paella. Si la paella es una armónica unión de alimentos con un objetivo claro (disfrutar comiendo), el rock es una amalgama de sonidos con un fin esencial: disfrutar escuchando. Y, al igual que discutiremos poco si decimos que la paella nació en València (así, en general), tampoco discutiremos demasiado si decimos que el rock nació en el sur de los Estados Unidos. Así, en general también.

Algo más específico fue Ernie K-Doe cuando dijo que «toda la música que oímos viene de Nueva Orleans». Sabiendo que poco antes de morir con el hígado al chantilly, Ernie llegó a proclamarse emperador del universo, quizá no deberíamos hacerle demasiado caso, pero a lo mejor tampoco iba muy desencaminado. Nueva Orleans podría ser una paella musical en la que durante siglos aportaron ingredientes indios, franceses, españoles, ingleses, irlandeses y haitianos para que los africanos la cocinaran. Africanos que llegaban al delta del Mississippi para ser vendidos como esclavos y que trajeron de su tierra una concepción del ritmo que el resto de humanos más pálidos era incapaz de imaginar. Aprendieron a tocar las armónicas, guitarras, vientos y pianos de los blancos que, una vez abolida la esclavitud, interpretaban en las tabernas y lupanares de la «ciudad creciente».

Ahora vamos al 1928 en el que nació el criollo Antoine Dominique Domino Jr., el más pequeño de ocho hermanos hijos de un padre que intentaba ganarse la vida tocando el violín. La familia residía en el barrio de Ninth Ward, el mismo en el que Antoine murió el pasado miércoles a los 89 años tras haber obtenido decenas de discos de oro que perdió junto a su piano en el huracán Katrina. Su cuñado, el guitarrista de jazz Harrison Verret, le enseñó a tocar el piano, y a los 14 años Antoine vivía de este instrumento en los bares de Nueva Orleans.

Antoine tocaba a la manera de un genio local llamado Professor Longhair, creador de melodías que definieron la música de la ciudad y de un estilo que le permitía con tres dedos y un piano resumir décadas de blues, jazz y ritmos caribeños. En los 40, el Profesor Melenas amplío su leyenda desde el directo a los surcos del vinilo, pero en los 50 su estrella se apagó y sobrevivió apostando a las cartas.

En los 70, poco antes de morir, el Professor resucitó y grabó un disco en el que recopilaba con un sonido más moderno aquellas viejas canciones que establecieron el canon musical de la ciudad.

Pero venga, que estábamos hablando de Antoine, al que habíamos dejado con 14 años tocando el piano en los bares. A los 19 recibió de Billy Diamond (líder de una de las bandas más importantes de la ciudad) un contrato de 3 dólares semanales y el apodo de «Fats». Un año después fichó por Imperial Records para grabar una vieja canción sobre yonquis que un trompetista llamado Dave Bartholomew adaptó para él. Este tal Dave, que ahora tiene 96 años, empezó tocando la tuba en un barco que recorría el Mississippi. Luchó en la II Guerra Mundial y tras volver vivito a su Nueva Orleans se convirtió en otro de sus músicos fundamentales gracias a su talento y a una banda que trabajó con él durante años y que constituiría el esqueleto de las miles de canciones legendarias que se grabaron allí durante décadas.

Sí, perdonen de nuevo. Hablábamos de Fats Domino, y de esa primera canción que grabó con Bartholomew en los estudios que Cosimo Matassa, un estudiante de química de origen italiano, montó con 18 años en Nueva Orleans. Con cinco micrófonos colocados en el lugar exacto y un oído casi perruno, Cosimo creó un sonido único para los mejores artistas locales y algunos foráneos de la talla de Little Richard o Ray Charles. Además, le dio la primer oportunidad a un tal Allen Touissaint, otro joven pianista que en los 60 se convirtió con sus producciones en el responsable de que el viejo sonido de Nueva Orleans diese un salto gigantesco hacia ese soul (que después devino en funky y disco) que tuvo un rey (Lee Dorsey), reinas (Irma Thomas, Betty Harris y Margie Joseph), princesas (The Dixie Cups) y una saga (la familia Neville y sus The Meters) que vale más que veinte borbones, austrias y starks juntos.

Madre mía, habíamos venido a hablar de Fats Domino, ya no queda papel y todavía no hemos pasado de ese «Fat man» que grabó en 1949 y que muchos consideran el primer rock´n´roll (término que inventó Alan Freed unos años después) pese a ser otro un boogie-woogie de los que siempre se habían tocado en Nueva Orleans, pero con algo más de rabia. Fats no hizo nada que no se hubiese hecho antes (ni después), pero lo hizo bien y en el momento oportuno. Fue la clave para hacer popular y eterno el sonido de la ciudad en la que (probablemente) empezó todo. Por ello, y aunque ya haya muerto, larga vida a Fats y a todas las leyendas de Nueva Orleans.

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